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jueves, septiembre 25, 2003

Fundido en negro 

Bueno, pues hoy es el primer día del resto de Mi Vida. Por razones que no vienen al caso —de hecho, Razón y Caso son dos palabras que rara ver deberían figurar en una misma frase—, hoy he cerrado definitivamente un capítulo de mi vida. Hoy he firmado los papeles del divorcio. Vuelvo a ser Una Mujer Soltera. Otra vez. Ya no hay vuelta atrás. De tuerca puede, pero atrás… jamás.

¿Y qué he sentido? Lo Peor: Nada. ¿Me convierte eso en una Rata de Cloaca? ¿Acaso será verdad y nunca he estado enamorada? Pues vaya, al final seré como Anita Loos (por boca de Lucile Watson en Mujeres): “Es maravilloso poder desparramarse en la cama como una esvástica”. Una cama, una esvástica y un divorcio. Tres cosas horribles —la palabra cosa está muy desprestigiada, pero si Anthony Powell puede emplearla con extraordinaria liberalidad en sus novelas yo no voy a ser menos; lo que es bueno para A. P. es bueno para mí—, tres cosas horribles, sí, que definen mi vida actual. Una cama (vacía). Una esvástica (yo). Un divorcio (palpitante, como un corazón recién arrancado).

¿Y qué he sentido? Una vaga sensación de liberación. Creo que lo mío no fue un matrimonio, sino un caso clínico y palmario —extremadamente clínico y extremadamente palmario— de Síndrome de Estocolmo. Bueno, pues se acabó.

A partir de ahora sólo me dedicaré en Cuerpo y Alma a dos síndromes: el Síndrome de Tourette y el Síndrome de Korsakov. Insultos y Amnesia. Exabruptos y olvido. O sea: guerra pa’mi coño y resacones del tamaño del Valle de los Caídos (por hilar fino y cerrar con un nuevo guiño a la esvástica).

A partir de ahora tengo que aprenderme una nueva frase de diálogo: “Y tú… ¿cómo has dicho que te llamabas? Da igual. ¿Ves esa puerta? Pues ciérrala… por fuera, por favor.”

Ay, Anita, ¿dónde estás cuándo se te necesita?

Mañana más.

[Mañana será ya el próximo miércoles, cuando se abra un nuevo acto en esa comedia (de teléfono blanco) llamada Mi Vida. Esperemos que no se cumpla el oráculo de la tiíta Noël (Coward): “Deberían haber cortado dos cosas en esa obra. El segundo acto y el cuello de ese jovencito”. Esperemos que no.]

miércoles, septiembre 24, 2003

Hollywood-Baracaldo, una conexión 

Bueno, pues ha pasado otra vez. La realidad supera al porno siempre, siempre, siempre. Pero SIEMPRE.

No voy a hablar de los lazos que unen a ese periodista-terrorista (al menos del lenguaje, a los hechos me remito: Sabor a hiel; ¿era un título autobiográfico?, ¿una mala fellatio, honey?), llamado David Rojo, a la sazón hermano de Alfonso (otro bastión de las letras y la ética periodística hispanas), ex cuñado de Ana Rose, negro (qué más quisiera…), plagiario, empresario, ¿peluquero?, abogado (jajajaja, qué risa, tía Felisa/Frederica La Grande), etc., etc., etc. con el asesino psico-King-que-no-da-la-talla-en-la-cama (razón por la cual su ex novia no quiere verlo “ni en fotografía”). No, eso lo dejaremos para Otras. A mí, los crímenes que no tienen que ver con la Familia no me interesan nada*.

No voy a hablar tampoco de los artículos que R. me envío ayer —“no, no… Tú no hables de la realidad. Bastante tienes con criticar a las amigas”; y es lo que yo digo: si no va a poder Una criticar a las amigas, ya me contarás a quién vamos a criticar; ¿a Ana Rose?, pues qué pereza— firmados por Jaime Peñafiel con, bueno, qué lenguaje, qué mojigatería, qué ordinariez, qué asco, por Dios, qué asco… Y cuando se pone fina y poética. Bueno, cuando se pone fina ya te puedes agarrar a lo que tengas más a mano —un almirez, en mi caso— para evitar un vahído… y una trombosis coronaria.

Mamá, que siempre se negó a hablar con él porque aborrece la Halitosis y el Esnobismo (por ese orden), ya me lo avisó cuando me vine a la Gran Ciudad: “Mucho cuidado con los periodistas, hija mía, que son Lo Peor. Tú escarba detrás de un periodista y encontrarás… una periodista. ¡Qué ralea!” Qué razón llevabas, madre.

No, hoy hablaré de mi último descubrimiento, gracias de nuevo a mi chambelán R. (gracias mil, de corazón). Cuál no sería mi sorpresa-de-no-dar-creditito cuando ayer descubrí que Jackie Collins, hermana de la simpar Joan y escritora de fusta (sí, con a, no es una errata), es en realidad ¡Tamara! El mismo make-up, el mismo rouge, el mismo cardado a lo bombe glacée y esa mirada, Dios, esa mirada on the rocks… Sí, señores, de Hollywood a Baracaldo sólo hay un paso. Y la Collins lo ha dado. Con mucho taconazo, eso sí.

* [En un aparte os diré que en Rumanía hubo una época en la que el Regidicio era una asignatura obligatoria que se impartía en las escuelas; como el Hecho Religioso, pues igual.]

Mañana más.

martes, septiembre 23, 2003

Yo respondo 

“Navegar es necesario, vivir no lo es”. Ay, qué razón llevabas, Mari-Karen (Blixen). Navegar es necesario, en efecto: hay que navegar cada día para llegar Viva a la noche (y en esto estoy totally agree con otra santa de mi iconostasio* privado, Santa Dotty Parker: la peor hora es la del crepúsculo). O muerta.

La baronesa Blixen tenía otros dos leit-motifs: “Yo responderé” y “¿Por qué no?” Yo, que soy súper fan de la baronesa de toda la vida, los intento aplicar siempre que puedo y tengo ocasión. Por ejemplo, esta mañana, en el metro. Un señor que olía a vinazo que tiraba de espaldas me ha solicitado —de un modo bastante perentorio, la verdad— una razón para vivir. Mi respuesta ha sido: “Navegar es necesario, vivir no lo es”. A lo que él ha respondido: “¿Qué hago entonces? ¿Me tiro?”

Yo he cerrado los ojos mientras imaginaba una horripilante estampa de vísceras y sangre esparcidas por las vías del metro: jirones de carne sanguinolenta, los globos oculares explotados o colgando del nervio óptico como colgajos pendulares, la cabeza convertida en una masa informe y las uñas clavadas en el hormigón como lentejuelas desprendidas de un traje de noche de Madame Vionnet. Se me ha erizado el cuero cabelludo. Cuando he abierto los ojos he parpadeado y, mirándole sin expresión, como si ponderase las virtudes e inconvenientes de comprarme un sombrero nuevo, le he respondido: “¿Por qué no?”

Cuando una mujer a mi lado ha empezado a chillar como una histérica, pero sin el como, he dicho en voz alta: “Yo responderé.”

Al final, he llegado tardísimo a mi cita con la esteticienne. Pero tenía una buena excusa.

[*Iconostasio. En un aparte os diré que he tomado prestada esta palabra de mi chambelán R., que luego tiene el morro de acusarme de barroca. Él, que ha hecho del Mundo Abalorio toda una Filosofía.]

Mañana más.

lunes, septiembre 22, 2003

Poesía soy Yo 

Bueno, pues hoy decido si me voy a París o me quedo en la Gran Ciudad —San Internet proveerá—, porque Yo soy así, una Mujer que recibe una carta de París y te responde en persona (razón por la cual me congratulo por no recibir correo de, pongamos por caso, Cazalilla, provincia de Jaén). Y es que la semana pasada recibí una carta encantadora del chambelán JA.

JA es una de esas personas que aún escribe cartas. O sea, JA es una de esas personas a las que puedes llamar persona sin devaluar al género humano. JA se fue a París a buscar el sueño de todo écrivain y se encontró con que la realidad sí que devalúa los sueños, las aspiraciones y lo que le pongan por delante. La realidad es atroz. Para eso no hace falta irse a París, dirán algunos. Y es que siempre hay gente que tiene la sensibilidad ahí, en la brenca del coño.

En fin, que su carta está llena de cariño, de ánimo, de historias cotidianas con esa mirada especial, quirúrgica, implacable y al mismo tiempo compasiva que aplica sobre las cosas. JA escribe maravillosamente. Yo siempre he pensado que es una de las personas con más talento que conozco. Aunque reconozco que no soy objetiva. Me ciega el cariño (no emplearé palabras más fuertes, porque creo que si hoy por hoy hay una palabra que haya depreciado su valor, es más, que esté por los suelos, esa palabra es Amor; es, de hecho, una de las palabras favoritas de la mamarracha morigerada, con eso está dicho todo).

Bueno, pues después de leer su carta he pensado que soy una Mujer Afortunada. Bendigo el día en que le conocí, bendigo el día en que todos los chambelanes llegaron a mi vida. Es más, bendigo incluso el día en que conocí a mi ex marido, ya que gracias a él he podido volver a ser una Mujer Independiente. Aunque creo que Gloria Fuertes ya se me adelantó varias centurias (y varias garrafas de anís El Mono) cuando escribió aquello de “Gracias, Amor, por tu imbécil comportamiento / Por tu imbécil comportamiento aprendí qué es poesía / Poesía no eres tú. Qué coño, poesía soy yo”.

Bueno, pues yo creo que sí. Poesía soy Yo y —perdona, Ortega, que te coja la coleta— Mis Circunstancias.

[En un aparte os diré que este fin de semana ha sido mi cumpleaños —a una Dama nunca, JAMÁS, se le pregunta su edad—, lo que en parte, supongo, explica la insólita naturaleza de esta reflexión a destiempo. A todos los chambelanes que acudieron a la recepción palatina, organizada con mano maestra por A., Regia de Calabria, muchas gracias. Y a la Divina Providencia, por regalarme lo que más necesitaba, un Buen Meneo, también. Y es que hay veces en que una Mujer, por muy heredera al trono que sea, tiene que darse Una Alegría Para El Cuerpo. Que me lo digan a mí.]

Mañana más.

viernes, septiembre 19, 2003

Difamación versus buen gusto 

Bueno, pues al final llegué a un acuerdo con mi editor —al que no le ha hecho ninguna gracia mi decisión de trabajar: “pero eso restará todo interés a tu vida”, ha protestado con voz agónica a lo Vincent Price en La caída de la Casa Usher— tras tener una conversación muy, muy profunda con él (y es que, cuando me pongo, puedo ser una mujer extraordinariamente Persuasiva; de hecho, en el internado, allá en Valaquia, mis enemigas me llamaban La Tres Per: PER-versa, PER-suasiva, PER-dularia). El título definitivo del primer tomo de mis memorias será: Las aberraciones del amor son insondables (a mí me sigue gustando más el título original, pero en fin…)

Mi editor, a pesar de dedicarse a este negocio, no tiene una personalidad especialmente abominable. No más, desde luego, que otras personas que tienen fama de ser Grandes Seres Humanos y luego resultan ser Grandes Ratas de Cloaca —si yo os contara…; pero no lo haré—. Tiene, eso sí, una acusada tendencia a la hombrera que resulta, cuando menos, inquietante. Puedo perdonar este tipo de excentricidades si vienen acompañadas de, pongamos por caso, una saneada cuenta corriente. En caso contrario, jamás.

En fin, el caso es que mi editor quiere de dé nombres y apellidos y los acompañe de una bonita retahíla de anécdotas salaces y difamaciones varias. Una ordinariez, vaya.

—Pero, ¿por quién me ha tomado? —le he dicho, notablemente alterada (pasando del registro PER nº 2 al registro PER nº 3 en décimas de segundo; y es que así soy Yo, Mujer Camaleónica; vamos, ríete tú de David Bowie)—. Una cosa es que yo sea María de Rumanía y otra, muy distinta, es que haga públicos todos mis amoríos. Acabaría con el Amazonas.

No quiero que mis memorias se conviertan en una agenda ni tampoco, si vamos a eso, en una guía de ferrocarriles. He tratado de hacerle comprender que ése sería el resultado de relatar con todo lujo de detalles cada uno de los romances que Una Mujer Como Yo ha mantenido a lo largo de su vida, tan intensa, tan vivida, tan… mmmm… XXL. Pero mi editor se ha mostrado insensible a mis argumentos, de manera que al final no me ha quedado más remedio que utilizar la Fuerza Física. Y ha sido entonces cuando hemos llegado a una entente. Y es que no hay nada que le guste tanto a un editor —sea del tipo que sea— como una buena zurra (¿verdad, pijey?). Es lo que tiene el negocio editorial…

Mañana más.

jueves, septiembre 18, 2003

Las (duras) exigencias de ser Mujer Contemporánea 

Bueno, pues parece que todo se ha solucionado favorablemente (me refiero a mi ex marido). Me alegro. En el fondo, es lo que tiene ser Mujer con un Corazón de Oro, que eres incapaz de guardar rencor más de dos o tres minutos seguidos (eso sí, en esos dos o tres minutos estoy Ciega de Ira). En cuanto te encuentras con otras cosas —y hay tantas, creedme—, se te pasa el jamacuco y, hala, a otra cosa, mariposa. Ya estás lista para afrontar nuevas debacles: la ruptura de una uña, por ejemplo. Divina, Renovada y Con Mejor Cutis (es lo que tiene el odio, que te deja el cutis fatal. Y yo por eso no paso. Ni por mi ex marido ni por nadie).

En fin, parece que también mi vida se arregla, aunque por otros derroteros. He decidido trabajar, porque una no puede estar todo el día en casa, pintándose las nails y hablando por teléfono, que es algo que queda fenomenal en una canción de Fanny McNamara, pero que en la vida real te deja literalmente exhausta. También están las boutiques, sí, pero llega un momento en que Una Mujer Como Yo se plantea Su Futuro y se pregunta: “María, bonita, ¿pero qué estás haciendo con tu vida?” Porque, claro, antes tenía la excusa de que estaba preparándome el ajuar y decorando el hogar conyugal —y para decorar un Nido de Amor que es necesario tener todo el día… y también toda la noche, os lo garantizo—, pero ahora, dado mi nuevo estado civil, esta coartada ya no tiene ningún tipo de validez.

Me he mirado al espejo, me he pintado los ojos —porque Yo soy Ese Tipo de Mujer que hasta que no se pinta los ojos no ve nada en absoluto— y me he dicho: “¿Eres una Mujer Contemporánea o no eres una Mujer Contemporánea?” Y, claro, ante este tipo de disyuntiva Una sólo puede decir: “Contemporánea total. La más contemporánea, vamos”. Porque si no corres el riesgo de entrar en un loop temporal y acabar como la pobre Peggy Sue, o sea, anacrónica total. Y para anacrónica ya está la Primera Dama, que ésa sí que está metida en un loop temporal y estético: esos trajes de chaqueta, Dios mío; ese pelo (en singular); ese cutis (en palabras del chambelán JA: “Cada vez que veo una puerta que debe ser lijada me acuerdo de ella”); esa hija prognata… En fin, que no. No, no, no y no. Antes muerta que en el loop.

O sea, que no me ha quedado más remedio que descolgar el teléfono y pedirle a mis chambelanes, en un tono acaso demasiado perentorio —es lo que pasa cuando desde niña te has criado en un palacio y la relación con los lacayos sólo se podría calificar como... mmmm... feudal—, que me busquen un trabajo que se adapte a mi perfil como Ana Obregón a su cirujano y sus implantes. Vamos, que tampoco me veo como manceba de botica; lo mismo que tampoco me imagino a la simpar Anita interpretando ese papel… Bueno, sí, en su sexta acepción, desde luego. Súper suelta, oye.

—Pues yo te veo un poco Ana, pero en casa de los Beckham. Ya sabes, como institutriz de su hijo… Una institutriz muy, muy severa —ha propuesto el chambelán R. en medio del cónclave laboral, un cónclave, como todos los nuestros, un pelín dispsómano.

—¿Y por qué no como monitora en una escuela de psico-killers? —he replicado, un poco dolida en mi AP (Amor Propio).

Al final, la chambelana M. la Morena ha impuesto paz, copa de Riesling en mano, con un sablazo lingual y ha movido los hilos, porque ella es así, muy Mujer Araña (Manuel Puig hubiese flipado con ella). Al cabo de media hora me han llamado de un importante Grupo de Comunicación y, claro, no me ha quedado más remedio que decir que sí. Porque es lo que yo digo: si Una es contemporánea lo tiene que ser con todas las consecuencias. ¿O no?

A ver ahora cómo le explico yo a mi madre que voy a trabajar… Qué ordinariez. No quiero ni pensarlo.

[Al final, mamá se lo ha tomado mejor de lo que esperaba. Al otro lado del teléfono ha sonado un estallido de cristales rotos, como el que hace un gin-fizz al estrellarse contra el suelo: “¿Y qué te crees que hago cuando voy a un baile de gala, bonita?”]

Mañana más.

miércoles, septiembre 17, 2003

Un consejo desinteresado: ¡cirugía (con g de galeno) YA! 

Bueno, pues me han llegado algunos dardos envenenados, y es que la gente es por naturaleza FEA (Falaz, Envidiosa y Ágrafa). O sea, Una escribe con el corazón en la mano y ¿qué es lo que recibe? Ingratitud, difamación, actos vandálicos, odio, vejaciones… Cómo es la gente. Qué ordinaria.

Yo, que soy prácticamente como una cenobita en su celda, soy invulnerable a la Malignidad ajena. Bien sabe Dios que yo no doy pábulo a ese tipo de actitudes. El rencor, la venganza, la crítica… no son para mí. Yo, entre una piadosa meditación evangélica —por ejemplo, ¿fue la Verónica la primera fashion victim de la historia (lo digo por su afición a la moda logo, que llevó hasta sus últimas consecuencias)?— o idear una nueva forma de tortura especialmente eficaz y dolorosa, me quedo con lo primero. Dónde va a parar. Para imaginar formas de tortura de lo más imaginativas, incluso para aplicarlas, ya está el Destino, Dios o el equipo de guionistas de Patricia Gaztañaga (salidos, probablemente, del Gabinete del doctor Caligari).

Y sin embargo, la gente no me cree. El escepticismo es el mal más común de nuestros días, junto con las mechas y los tejidos sintéticos. Bueno, allá cada cual. Yo prefiero abrazar la vida monástica antes que hundirme en las cenagosas aguas de la Acidia (acidia, no acedía —papá, o sea, el Rey en el exilio, es una víctima frecuente de este tipo de dolencia—, aunque suelen estar muy relacionadas).

Me explico: escribí hace unos días un retrato, no del todo elogioso, de… No daré nombres, pero la expresión mamarracha morigerada espero que sea suficiente. Bueno, pues hoy he recibido un anónimo de lo más insultante —bueno, anónimo, lo que se dice anónimo, yo no lo consideraría del todo; reconocería ese astroso estilo literario en cualquier puerta de WC público—, poniéndome a caer de un burro (suceso este que considero sumamente improbable dada mi relación con esta especie en peligro de extinción y, en general, con cualquier tipo de animal vivo… que tenga cuatro patas).

Yo, ni corta ni perezosa, le he respondido al susodicho, tratando de aplacar sus (debilitados) nervios. Es más, como soy Mujer Indulgente le he planteado la solución a todos sus problemas (y de paso, también a los míos): que se opere de los nervios. El resultado no puede ser peor de lo que ya es. Total, ¿quién va a notar la diferencia? Si lees estas líneas, sweetie, sigue mi consejo: opérate y corta por lo sano.

Mañana más.

martes, septiembre 16, 2003

La Rochefoucauld y yo, ¿un caso de metempsicosis? 

Bueno, pues… ¿Por dónde empezar? Por una cita del señor La Rochefoucauld, por ejemplo. “En la adversidad de nuestros mejores amigos siempre encontramos alguna cosa que no nos desagrada del todo.” Amén, hermano. Ay, sí, la adversidad ajena, incluso la de nuestros mejores amigos (especialmente si aún no han dejado de serlo), tiene un sabor tan, tan dulce que amenaza con provocarme un coma diabético. Mmmmmm.

Estoy totalmente de acuerdo con Rochie —perdona que te tutee, pero es que me siento tan cercana a ti que realmente me pregunto si lo nuestro no será un claro exponente de metempsicosis—: todos tenemos fuerzas suficientes para soportar los males ajenos.

Ejemplos palmarios de lo que digo: tu mejor amiga —más guapa que tú, más delgada que tú, más simpática que tú, más rica que tú… y de mejor familia— tiene un accidente doméstico de lo más tonto y, ops, se queda completamente desfigurada. Qué pena. Pobrecita. El fuego es lo que tiene. Tu mejor amigo —con mejor trabajo que tú, con mejor coche que tú (que no sabes conducir), con un pisazo y una novia modeli, ¡con pelo, hijo de puta!— tiene un pequeño problema con su deportivo: la modeli muere y a él lo meten en la cárcel. Yo, bien lo sabe Dios, no Soy Una Mala Persona, pero no puedo permitirme el lujo de que asocien mi nombre con el de un Asesino. ¿Homicidio accidental? ¿A qué llamamos accidental, ricura? ¿No presumías siempre de que el alcohol no te afectaba? Pues ahora, afronta las consecuencias “con dos cojones” (una de sus frases favoritas, porque él siempre presumía de unos atributos que, a juzgar por lo que contaba, dejarían a los de Porfirio Rubirosa a la altura del betún de Judea). Tu ex marido…

Ah, tu ex marido. Las desgracias de tu ex marido. No diré que disfrute con ellas con un desusado sadismo, ajeno por completo a mi naturaleza, pero sí que, en fin, encuentro en sus infortunios algunos simpáticos matices que no acaban de desagradarme del todo. ¿Amargura? No sé lo que es eso. ¿Rencor? Jamás. Bien sabe Dios que no soy Mujer Rencorosa. Pero la perspectiva de un futuro de miseria e indigencia, de que acabe sus días bajo el pretil de un puente (el de Segovia, porque a él siempre le ha fascinado la Historia) como un clochard envilecido, desarrapado y lleno de espantosas laceraciones…

Mmmmmmmm. Sí, definitivamente estoy de acuerdo con Rochie: Las pasiones engendran a menudo otras que son sus contrarias. Aaaaaaaaaaamén.

[Lo mío no sé si es metempsicosis o mentalismo. Ayer mencionaba a los Grimaldi y su afición por los maillots con mucha pedrería y hoy me entero de que Estefanía se casó el viernes pasado con un acróbata portugués, Adán López Pérez, al que conoció mientras tenía tratos bíblicos con el dueño del circo, el tal Franco (un nombre de lo más ad hoc, vive Dios, para alguien como él, tan adicto al bigote). Y encima se casa, otra vez, de penalti… Qué horror de familia. Pobre Rainiero. Corro a llamar a mamá.]

Mañana más.

lunes, septiembre 15, 2003

La ludopatía no es para mí 

Bueno, pues hoy hablaré de una adicción, otra más: la ludopatía, o más concretamente la ludopatía en su forma más abyecta: el bingo.

Yo nunca había estado en el bingo. Jamás. Y es que cuando Una pertenece a una dinastía en el exilio no puede permitirse determinados lujos. Puedes ir tranquilamente a una barra americana a tomar una copa, incluso puedes trabajar en ella —si yo os contara...—; pero a un bingo… A un bingo, jamás. Coto Vedado.

Está claro que no puedes entregar tu pasaporte (diplomático) a una especie de ave del paraíso con síntomas inequívocos de psitacosis —y teñida de alheña, además— y esperar que la prensa rosa permanezca indiferente ante otro nuevo caso de Personaje de la Realeza con Problemas de Adicción. Las hay del más variado pelaje —marihuana, cocaína, Jack Daniels, oreja de cerdo a la plancha…—, pero el bingo es, con diferencia, la peor de todas. El bingo es la caspa de las lacras familiares. El bingo es Lo Peor.

Bueno, pues este fin de semana he roto con esa regla no escrita de toda Casa Real: harás de tu capa un sayo —o un maillot con mucha pedrería, en el caso de Los Grimaldi—, pero no pisarás un bingo. Bueno, pues yo he ido y, no contenta con agujerear la moqueta con mis stilettos —Dios mío, esa moqueta; ¿cuántos ácaros pueden concentrarse en un metro cuadrado de poliéster polisaturado con aspecto de dar una nueva dimensión a la palabra “inflamable”?—, sentarme en esa sala decorada con espejos de color ciclamen —espejos biselados, además—, y tomar nota mental de lo que me he estado perdiendo durante todos estos años; no contenta con eso, sí, voy y canto BINGO. Mi segundo cartón ¡y canto bingo! “Ya está”, me dije, “ludópata perdida para toda la vida”. Ay, Dios mío, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor Mío Jesucristo, ten piedad. Santa Zelda Fitzgerald, apiádate de mí.

En fin, el caso es que comenté el suceso con mis compañeros de mesa, entre los que se encontraba mi chambelana M., la inductora de mi ruina moral (de la física ya me encargo yo solita), pero rápidamente observé con mi habitual perspicacia que había cometido Un Error: en el bingo la comunicación interpersonal está prohibida. Nada de confidencias a medianoche. Nada de amistosos intercambios de números de teléfono. Es más, nada de intercambios. Nada de nada. Sólo vicio. Allí, en cuanto abres la boca te rompen los dientes.

A mi lado, una momia tolteca con todos los visos de haber escapado de un túmulo arrasado por los ladrones de tumbas me dirigió una mirada de lo más aviesa a modo de advertencia (sospecho que tenía un ojo de cristal, aunque no sabría precisar en cuál de las dos cuencas). Poco después, cuando cantó línea, comentó sucintamente: “La primera de la noche”. Carne de pólipo, apunté. La momia agitó sus crenchas con las más perversas intenciones —asesinas, diría yo— y volvió a dirigirme una de sus miradas vidriosas, mientras con manos sarmentosas hacía todo tipo de conjuros precolombinos sobre su cartón.

—Está tachando los números, imbécil —replicó M., Mujer Escéptica donde las haya

Yo, por si acaso, cogí mis ganancias, mi bolso (y mi quijada) y salí de allí a escape. Es lo que yo digo: donde se pongan los Siete Pecados Capitales que se quite la ludopatía. Amén, hermana.

Mañana más.

viernes, septiembre 12, 2003

Por una Revolución Capilar o cómo acabar de Una Vez Por Todas con la tiranía de los peluqueros 

Bueno, pues al parecer… Ay, ay, ay. No. No. Y NO. En fin, el caso es que no seré yo quien tire la primera piedra. Y es que nunca he sido partidaria de la lapidación pública. Me parece de muy mal gusto y yo el mal gusto lo llevo fatal. Pero todo tiene un límite... En fin, el caso es que ayer volví a ser agredida visualmente, anímicamente, intelectualmente. Estéticamente.

Pero, ¿por qué, Dios mío? ¿POR QUÉ?

Una vez le preguntaron a Diana Vreeland qué opinaba del estilismo del Hombre Corriente. Su respuesta fue: “¿Que qué pienso de cómo viste la mayoría de la gente? La mayoría de la gente no es algo en lo que uno piense”. Bueno, pues no, Diana, querida, la mayoría de la gente no es algo en lo que uno piense, pero cuando no te recoge una limusina en la puerta de tu dúplex de Park Avenue, sino que te ves obligada por las circunstancias a coger el transporte público y miras a tu alrededor y piensas, como Carlos Barral, que el mundo es cada vez más feo, ya me dirás en qué puede pensar una.

Pero qué pelo, por el amor de Dios. Qué ropa, qué cutis, qué uñas, qué tintes, qué mechas, qué TODO. Pero, por los clavos del Cristo, ¿es que la gente no tiene espejos en casa? Y si los tiene, ¿no saben que además de objeto decorativo, el espejo es ante todo un objeto funcional?

Bueno, pues no. Al parecer, no. La gente lo ignora todo acerca de la funcionalidad, así como de la estética y la simetría. En palabras del gran José Antonio Ramos, uno de mis escritores favoritos (lo más parecido a Santa Dorothy Parker que tenemos a este lado del Paraíso), “los tintes de pelo deberían estar regulados por ley como lo está la alcoholemia: lo que exceda de lo permitido será sancionado con una multa o incluso la cárcel, según la dimensión de la agresión”. Amén, hermano: algunos peinados/tintes/mechas/raíces et al se merecen, como poco, una estancia muy, pero que muy prolongada en Dachau… con la espita del gas abierta al máximo.

El señor Ramos continúa en su maravilloso (e implacable) relato El cerdo y sus derivados: “El que se tiña el pelo debería firmar un contrato por el que se declara libre de coacción y en plena posesión de sus facultades mentales, y se compromete al mantenimiento que exija. Estas medidas se verían complementadas con un estudio en profundidad de la verdadera naturaleza de los peluqueros: quiénes son, cuáles son sus motivaciones, a qué grupos han pertenecido —no me sorprendería nada descubrir una red terrorista internacional en el gremio—, cómo fue su infancia… En todo caso yo estoy convencido de que los tintes traspasan el córtex, y esa es una de las razones del cretinismo intelectual de hoy y de tanta hostilidad. Y, por supuesto, los peluqueros son conscientes.” Sí, señor. Totalmente de acuerdo: los peluqueros son conscientes y responsables subsidiarios de la fealdad, el mal gusto, el horror cotidiano y el carnaval de horrores en que se ha convertido la Realidad, la Vida y la Calle. Una danse macabre en toda regla.

Desde aquí abogo por una rebelión en masse que acabe con ese gremio execrable. Hay que poner coto a la tiranía capilar que nos invade. Hay que detenerles. Y hay que hacerlo AHORA. ¡Uníos o pereced en el intento! Yo me ofrezco a pelarles a ellos… con una guillotina.

Mañana más.

jueves, septiembre 11, 2003

Estoy harta de ser buena 

Ahí va Eva. Eva la mala. Eva la malvada… Sí, señor, ahí va. Lanzada al estrellato. Eso espero, que se estrelle contra un muro y no queden de ella ni los restos. Valiente zorrón. Eva fue la causante de mi divorcio —más joven, más guapa, más puta— y ayer tuvo el detalle de llamarme por teléfono para comentarme cómo es la polla de mi ex marido. Yo creía conocerla a fondo, pero al parecer ella ha encontrado nuevas e insólitas perspectivas/facetas que yo desconocía. Ah, sí, bendita sea. Eva y sus dioptrías.

Eva es… ¿Por dónde empezar? Algunas palabras se quedan cortas, muy cortas, para describirla; otras, en cambio le quedan, en fin, digamos que un pelín holgadas. Palabras que le quedan cortas: rata, ordinaria (es más: extra ordinaria), lánguida, perra, infecta (es más: perra infecta), azote de Dios, abyecta, trepa, execrable... Palabras que le quedan muy, muy holgadas: dama, intelectual (jajajajaja), mujer (jajajaja), sincera, honesta, pértiga (sé por qué lo digo… y a estas alturas, también mi ex marido). Eva es eso y mucho más. Eva es lo que toda mujer desearía para el marido de su mejor amiga. Sí, Eva es esa clase de mujer(zuela).

Mi ex marido no pudo resistirse a sus encantos. No se lo reprocho. Mi ex marido, como casi todos los hombres —con y sin título— que conozco, no ha sabido resistirse jamás a los encantos de la hez de la sociedad. Cuanto más vulgar y obvio sea todo, mejor (ya se sabe: pueden más dos tetas, etc., etc.). Ayer, sin ir más lejos, creo que comió con A. López & Co., la mamarracha morigerada (Eva surgió de las hordas del Co.), que también tiene lo suyo… Qué estómago tienen algunos.

Es una pena que no esté dotada para el rencor, que si no hablaría con el corazón en la mano. El de Eva, claro. O el de A. López y toda su corte —cohorte, en realidad— de Cos, que sigue empeñado en desplegar su encanto (sí, él es así: buen rollito, buen rollito, buen rollito… Qué pena que el rollo no sea una soga lo suficientemente larga como para ahorcarse con ella), esta vez vía e-mail, con mi amiga y paño de lágrimas A. (la única persona sobre la faz de la tierra, a excepción de mi madre, que conoce mi verdadera edad, ya que nació el mismo día que yo): “Hola, preciosidad (ay, sí, él escribe con ese estilo propio de la peor literatura, la de retrete, género —y lugar— que conoce a la perfección), ¿qué tal estás? Bla, bla, bla… Cuánto siento lo que pasó el otro día… Bla, bla, bla… Sólo quería hablar contigo. A ver si nos tomamos un café y puedes… Bla, bla, bla… ¿Cómo está María? Le escribí un mensaje y no me ha respondido…”

Supongo que, en efecto, no ha podido dormir por mi culpa. Cuánto lo siento. Él, que se desvive por los demás. Él, que tiene un corazón que no le cabe en el pecho (ni en la bragueta). Él, que cada día que pasa tiene la papada más descolgada, a juego con la neurona, la panza y la… En fin, no quiero ponerme ordinaria.

Bueno, sí, SÍ quiero ponerme ordinaria. Se acabó esa Mujer Civilizada, Discreta y Tolerante que conocisteis un día. Ante vosotros tenéis una Mujer Nueva, o sea, una María Renovada. Ante vosotros tenéis a una Mujer Furiosa. Ante vosotros tenéis a una Asesina En Serie. Sí, lo aviso desde ya: en los próximos días se cometerá un homicidio. Y no seré yo la víctima…

Mañana más.

miércoles, septiembre 10, 2003

Y tú, ¿qué le pides a un hombre? 

Bueno, pues ha llegado la hora de la verdad. Hoy hablaré de Sexo. Y es que a una mujer como Yo el Sexo le salta a la cara a cada paso que da. Literalmente. Se monta Una en el autobús —ay, el transporte público es algo que me pone enferma— y cuando levanta los ojos del libro se encuentra con una especie de Príncipe Putumayo que la taladra con la mirada. Se monta Una en el metro —qué os voy a contar…— y lo mismo, ídem de ídem, pero en este caso son los ojos de un venerable (y lúbrico) jubilado los que me ensartan como las saetas romanas sobre el cuerpo desnudo de San Sebastián. ¡Pero… ¿qué puedo hacer para evitarlo?! Ya me gustaría a mí pasar desapercibida, pero qué se le va a hacer. Jamás seré Mujer Anónima.

En fin, el caso es que esto me recuerda mucho a una conversación que mantuve en cierta ocasión con mi amiga (y chambelana) M. la rubia (no confundir con M. la Morena, bastante más exigente/protestante —religión, no Mayo del 68— que M. la Rubia, o que yo misma, en este tipo de cuestiones):

—¿Y tú, bonita, qué le pides a un hombre? —me preguntó, fascinada por mi alarmante manga ancha (japonesa, diría yo) en cuanto al Negociado Hombres se refiere.

—¿Yo? Que le acerques un espejo a la boca y se empañe.

M. la Rubia me lo confirmó poco después cuando, bajando las escaleras de un conocido antro de fama internacional, me dijo:

—Ay, sí, mira, cariño, no me digas más… Te has tirado a todos los hombres del bar.

Yo me indigné muchísimo aunque en sentido amplio, muy, muy amplio —incluso en sentido estricto—, era rigurosamente cierto (incluyendo a cierto personaje, un oscuro humanoide salido de las cloacas del Infierno, que si no ha decidido saldar cuentas con la Eternidad se seguirá dedicando al bordado de túnicas y sobrepellices; un horror, vamos).

—Supongo que será por eso por lo que te llaman La Farmacia de Guardia.

Fue en ese momento cuando decidí que mi lugar estaba aquí, en La Gran Ciudad, y no en los márgenes de la Ley y el Orden, junto a la hez de la sociedad, en una ciudad funeraria allá, en las colinas rumanas.

Y miradme ahora, de nuevo soltera, y esquivando miradas lascivas en el transporte público. Es lo que tienen los divorcios: de Mujer Ardiente pasas a Mujer Frígida en menos que se persigna un cura con tendencias pederastas.

Mañana más.

martes, septiembre 09, 2003

La moda, una reflexión 

Bueno, pues es que estoy que no me llega la camisa al cuerpo, lo que es habitual en mujeres como Yo, que llevan más allá del borderline el lema de la egregia Coco: “Una mujer nunca es suficientemente rica ni está lo suficientemente delgada”. Amén, Coco, querida (tú, lo de la fortuna, así-así; pero en cuanto a lo de Mujer Esquemática, la que más).

Después de lo que me pasó ayer, he decidido que estoy absolutamente de acuerdo con Anthony Powell (mi criterio para seleccionar mis lecturas es que el color de las tapas haga juego con el modeli del día; hoy me venía bien un amarillo pálido, y para eso Anagrama es ideal): “Ante las narices de los modernos es ante quienes me siento yo mucho más inclinado a pedorrearme”. O sea, que vas a tomar una cerveza —bueno, eso las ordinarias, porque yo soy más del Universo Cóctel— a, pongamos por caso, un sitio tipo La Ida (pocas veces he conocido un local en el que la adecuación entre nombre y clientela esté tan lograda) y te encuentras, en palabras de un difunto amigo de papá, el Marqués de las Marismas, un carnaval de horrores.

Pero qué ESPANTO. ¿Hacia dónde se dirige la moda? Yo, nada más entrar, como soy Mujer Compasiva, le di una moneda de un euro a un pobre homeless que había en la puerta, tirado cual odalisca en cuadro de Ingres, hasta que me entero de que es ¡estilista! Es que no me lo podía creer.

—¿Quieres decir que la ropa que lleva es intencional? —le pregunté a mi amiga (y chambelana), M. la Morena (no soy Mujer Envidiosa, bien lo sabe Dios, pero si pudiese le cortaba los pies limpiamente y me los pegaba a la espalda como si fuesen alas).

Ella afirmó con la cabeza y saltó sobre él, porque M. es Mujer de Mundo. Y yo me quedé, pensativa, cariacontecida y me acordé entonces de otra Divina (con mayúsculas), la Garbo, que al final de sus días también cultivaba un poquito el look clochard, y me dije: “María, sé ecuánime, sé compasiva, sé Tú misma. Todo el mundo tiene derecho a vestir como quiera… No seas neona(n)ci”. Y dicho y hecho, lo dejé pasar. Como si nada.

Es una pena que al salir me tropezase con él y, accidentalmente, le prendiese fuego con la colilla de uno de los puritos de M. la Morena. [En un aparte os diré que, hoy por hoy, no estoy completamente en contra de la piromanía.]

Mañana más.

lunes, septiembre 08, 2003

Ga(y)rrulos, un género a extinguir 

Bueno, pues sigo en mi dinámica particular. O sea, no doy credit card. Pero cómo es la gente. “Yo es que soy muy espontáneo”. Claro, por eso me eructas en la cara. Yo, cuando oigo a alguien calificarse a sí mismo como espontáneo, corro a esconderme detrás de un macetero muy tupido porque eso suele significar Lo Peor. La espontaneidad, como las mechas, debería estar penada por la ley. Me explico.

Este fin de semana, mi primer week-end como Mujer Soltera en la Gran Ciudad, he tenido que explicar a diestro y siniestro –sobre todo siniestro— mi nueva situación porque, claro, cuando una mujer es como Yo, no le queda más remedio que Hablar de Sí Misma. Supongo que habrá otros temas de conversación igualmente fascinantes; desafortunadamente, no los conozco. Reconozco que soy Mujer Limitada. ¿Mis límites? 90-60-90.

En fin, el caso es que este fin de semana quedé con D., que es un chico encantador, pero que tiene unos amigos… En fin, no seré yo quien critique a sus amigos —no creo que sea lo más elegante, la verdad; y yo, como Carla Royo-Villanova, soy Esclava de las Buenas Maneras—, pero imaginaos una Casa de Fieras. Bueno, pues le estoy explicando a uno de ellos con pelos y señales —con muchos pelos y muchas señales— Cómo y Por Qué había vuelto a practicar la haute couture celestial con mi mejor humor, y me suelta: “A ti lo que te pasa es que nunca has estado realmente enamorada, porque si no no es normal…”

Bueno, es que me quedé de estuco. ¿Pero… ¡cómo se atreve!? Ante esto, una Mujer como Yo puede hacer dos cosas:

Cosa nº 1) Responderle: “Y a ti lo que te pasa es que eres analfabeto perdido, cariño. ¿Es que nunca has oído eso de «En mi caso la risa ha sido siempre el sustituto del llanto»?” Pero, claro, es lo que tiene ser iletrado. En las ikastolas no enseñan a Tennessee Williams. Al parecer, en las ikastolas lo que enseñan es a sulfatar patatas.

Cosa nº 2) Abrir el bolso, coger el aerosol anti-violadores y rociarle los ojos con generosidad. Y es que no soy Mujer Cicatera.

Yo, como miembro de una Casa Real sumamente partidaria de educar a las masas, me incliné por lo segundo. Dicho y hecho, abrí el bolso y le puse los ojos como dos aldabas. Bueno, pues no contento con poner en entredicho mi Integridad Emocional, va y me pone como hoja de perejil —creo que el individuo en cuestión estaba oscuramente obsesionado con la Vida Vegetal— porque, según sus propias palabras, “tía, te has pasado tres pueblos”. Yo, que aborrezco el Mundo Rural.

Menos mal que al final todo se solucionó felizmente, limando asperezas. Literalmente. Pasó un taxi a toda velocidad y se lo llevó por delante, ante mis propias narices. Me temo que ahora sí que podrá volver a su elemento: la tierra.

Mañana más.

viernes, septiembre 05, 2003

Un poquito de ántrax 

Siguen llegando condolencias por mi recién adquirida neo-soltería. La última ha sido la de A. López & Co., una mamarracha morigerada, paisana de la tierra de las dagas (de las que algún día debería hacer buen uso) y el damasquinado (cerebral), a la que yo daba por muerta y enterrada. Lamentablemente, no en sentido literal. “Amor, ¿cómo sigues de lo tuyo? Solo quería decirte que te quiero. Besos.”

Lo mío… Ay, qué risa, tía Felisa (aunque cuando subió al trono se cambió el nombre por el de Federica, mucho más regio, dónde va a parar). La verdad es que ignoraba que esa especie de mofeta con patas (dos, por mucho que ella se empeñe en hacer ver a todo el mundo que en realidad son tres; ay, Dios mío, ¿por qué la gente, especialmente la gentuza desarrapada y soez, no hará más uso de la autocrítica?) tuviese tal caudal de buenos sentimientos. De nuevo estoy de acuerdo con mi hermana, la Infanta C.: “Hombres. Nunca dejarán de sorprenderme… Ni de asquearme.”

A. es ese tipo de personas —personas, ay, cómo se degradada el lenguaje— enganchadas a un móvil o a cualquier otra cosa que tenga un diseño vagamente fálico (es celestina amateur y ninfómana profesional; el chambelán JA sostiene que, en su caso, la ninfomanía es naïf; debería recordar que ese adjetivo se aplica también a un género pictórico que debería estar penado por la ley) que acaban sus mensajes con rúbricas de este jaez: “Besos y amor, A.” Yo siempre la encontré encantadora, hasta que un día me dio un beso y tuvieron que llevarme a Urgencias con un coma diabético.

En fin, “lo mío” han sido tres años de Vida Marital tirados por el sumidero de una alcantarilla. Y conste que lo digo sin acritud, sin amargura, sin rencor, porque Yo no soy Mujer Rencorosa, como otras… No, no, no. Y para muestra, un botón: su declaración de amor, tan sincera como la sonrisa de la Primera Dama populachera en una leprosería (llena de maricas), ha hecho que se me llenen los ojos de lágrimas. Es una pena que no haya podido llorar, porque también soy de ese tipo de mujeres que, una vez que se pintan la raya de los ojos, son inasequibles al llanto. Ay, qué pena.

Rápidamente, me he puesto manos a la obra y le he respondido. Pero yo, como soy un poquito anacrónica (no, nadie podrá acusarme jamás de los jamases de ser Mujer Tecnológica), lo he hecho por carta... con un poquito de ántrax. Eso sí.

[Como Mujer Agradecida que soy —y de buena cuna; ya sabéis: de bien nacidas es ser etc., etc.— os diré que también me llegan cartas y llamadas encantadoras: la de S., la de C. S. (divinas ambas), las de M. la Morena y M. la Rubia (con mis chambelanes, yo creo que podrían protagonizar un musical basado en los jitazos de ABBA, con mucho glitter y gran plataformón), las de C., las de las Infantas… En fin, que muchos besos a todos. Uf, corro a Urgencias. Creo que vuelvo a tener una recaída de mi antiguo mal, el cólera.]

Mañana más.

jueves, septiembre 04, 2003

Apocalipsis gay 

Bueno, pues me ha llamado mi editor (porque yo, además de Mujer Con Pasado, soy Mujer Culta, o sea, leída) y me ha pedido otro título para el primer tomo de mis memorias, que le hice llegar a vuelta de correo (es que yo soy súper fan del Mundo Cartero, aunque tenga el mal gusto de llamar dos veces —vamos, una ordinariez). Al parecer el título, Un centenar de experiencias sexuales degradantes, no le parece muy comercial.

¡¿Qué no es comercial?! ¿Cómo querrá que lo llame? ¿Un millar de orgasmos? ¿Kilotones de placer? Ya me gustaría a mí, pero dada la MP (Materia Prima) que hay en el mercado, no nos vamos a poner divinas. Vamos, digo yo. Mucho chulángano, mucho chulángano, mucho chulángano, pero luego… Oye, todos unas damas. Yo es que he tenido muy mala suerte con el Negociado Hombres. Estoy de acuerdo con mi hermana, la Infanta C. (con trato de S.A.R.), en que “todos los hombres, mientras no me demuestren lo contrario, son gays”. Y aunque me lo demuestren, hija mía. Es lo que yo digo: el mundo se precipita hacia su autodestrucción. Vamos, cuesta abajo y sin frenos.

Me parece que no me va a quedar más remedio que tener unas palabras con mi editor. Él jura y perjura que no es marica, pero tiene la discografía completa de Liza Minelli. O sea, que algo huele a podrido en Dinamarca. Por no hablar de Maricadrid.

[En un aparte os diré que el título del segundo tomo será La peor hora es la del crepúsculo… Ay, qué razón llevabas Santa Dorothy Parker.]

Mañana más.

miércoles, septiembre 03, 2003

Amenorrea emocional 

Bueno, pues estoy que, como dice la simpar Fanny McNamara, no doy creditito. Ayer se me retiró el periodo. Literalmente. Yo, desde que tengo uso de razón, soy consciente de que vivimos en una Civilización en Decadencia, pero es que esto es demasiado. Es, sencillamente, DEMASIADO.

Bueno, pues al fin cené con mi último ex marido, el Marqués de Portugalete, para aclarar nuestra situación negro sobre blanco (lo que quiera que sea lo que esto signifique; siempre he sospechado que tiene oscuras resonancias interraciales, algo así como Mandingo). Qué trance más dramático (patrocinado por San Lexatín). Como Mujer De Mundo que soy —mujer de mundo, no demi-mondaine, mamá—, elegí un petit robe noir, un clásico que nunca falla. Mi actual ex marido se ciñó como el corpiño de Mae West a la versión “estuvimos hablando”. Hablando… en un cuarto de baño… a oscuras… durante 15 minutos. Lo habitual, vamos. Lamentablemente se trata de la versión 3.0. La 1.0 era la versión “No es lo que parece… Nos estábamos dando un beso”. La 2.0, “No es lo que parece… Nos estábamos abrazando”. Sospecho que la versión 4.0 será: “No es lo que parece… Nos estábamos pintando las uñas”.

Yo le pregunté: “¿Pero tú me ves a mi cara de Bonnie Blue Butler? Pues no, querido, yo no sufrí un accidente de equitación de pequeña”.

Es una pena por que el Marqués de Portugalete era un partido estupendo y mamá estaba contentísima y los dedos se le hacían prendas (y ella es súper fan del juego de las prendas). Pero es que, claro, una Mujer como Yo es que no puede permitir ciertas cosas por una mera cuestión de decoro (sé que es una palabra en desuso —no hay más que subir a un vagón de metro, un medio de transporte que aborrezco, para darse cuenta de ello—, pero yo me aferro a ella como liendre a vaso capilar). Otra palabra en franco retroceso es Respeto —sí, lo sé, Yo es que soy muy adicta al Mundo Mayúscula—, pero yo sigo aplicándola a rajatabla. Literalmente.

Estuve a punto de perder los papeles. Otra vez. Ay, no, eso sí que no. Con el trabajo que me cuesta a mí estar contenida. Lo que yo daría por ser Mujer Esfinge… Pero no, ay, qué se le va a hacer.

R., el chambelán divino, dice que soy “buena, dulce y tierna”. Pero está equivocado. Yo… (pausa)… lo que soy… (pausa)… es una Zorra Sin Corazón. Mi trabajo me cuesta, desde luego, porque mis inclinaciones naturales son más bien del tipo Teresa de Calcuta, pero es que yo soy una enemiga acérrima de lo natural. A mí, cuanto más artificial, más estilizado y más falso sea todo, mucho mejor. Odio la Naturaleza. Y huele mal, además.

En fin, que por el momento, sigo en mi dinámica haute couture celestial. Eso sí, si algún príncipe heredero de las casas reales europeas lee estas líneas y tiene un poco de compasión de Una Mujer Caída, que se ponga en contacto conmigo. Yo, por si acaso, ya me he comprado el Vanity Fair (monográfico de Casas Reales, un jitazo), para ir estudiándolo.

Mañana más.

martes, septiembre 02, 2003

Esos pequeños placeres que toda mujer debe saborear 

Bueno, pues ayer estuve cenando con otro de los chambelanes reales (es lo que tiene ser como Barbara Hutton, o sea, rica heredera, no anoréxica, drogadicta y borracha; aunque, bueno, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra… preciosa), el gran R, que también tiene su propia papeleta.

Él ya no se dedica a la haute couture celestial; al contrario, en estos momentos está preparándose su propio ajuar con bolsitas de lavanda, porque ahora resulta que no soporta el humazo, ni la nicotina ni las colillas ni nada. Bueno, pues el gran R. fue anoche mi paño de lágrimas; qué digo paño, foulard de Louis Vuitton por lo menos. Y es que es un lujo, un lujazo que una persona tan divina como él te escuche mientras tú te entregas al vicio nefando de la dipsomanía (ay, sí, puede que tal vez sí que coincida en esto con la gran Bárbara).

Al final, como en Ricas y famosas, me reí entre lágrimas, que es algo que me encanta. Yo al gran R. lo veo más como Candice Bergen y a mí, como a Jackie Bissett (a la que siempre he envidiado su gusto en cuanto a chulánganos; yo creo que es para lo único que tengo conciencia social: los chulazos, cuanto más salidos del arroyo, mucho mejor).

Bueno, pues al final resulta un consuelo tener a chambelanes así, que te miman y te escuchan y, si se tercia, te hacen un moño alto Arriba España, que tanto le favorecía a mamá en el exilio, cuando las hordas de desarrapados nos usurparon el trono y papá se quedó en el desempleo, sin rumbo, zombi total, el pobre, acostumbrado al cetro y al armiño. Y es que la historia de mi familia es la historia de una decadencia y me temo que yo soy uno de sus últimos eslabones. El eslabón perdido. O sea, una perdida. Pues eso.

Criticar a tu ex sin amargura, sin veneno, sin malicia, una crítica constructiva —la que más—, es uno de los grandes placeres de las mujeres como yo. A saber: inteligentes, maduras, económicamente solventes y, sobre todo, ecuánimes. Sí, ése es mi lema. Cada día me miro al espejo y me digo: “Tú, que eres una mujer ecuánime, te mereces lo mejor: lo mejor de lo mejor. Mientras que el resto, esas perdularias, se merecen LO PEOR”. Mis ex (ha habido más de uno, porque además de Mujer Ecuánime soy Mujer Con Pasado), por supuesto, no opinan lo mismo. Así les ha ido a los pobres. No soy una mujer rencorosa, bien lo sabe Dios, pero un paro cardíaco, una trombosis coronaria, un cáncer de colon… son, en fin, esos pequeños placeres a los que ninguna mujer puede —ni debe— renunciar. Que me lo digan a mí.

Mañana más

lunes, septiembre 01, 2003

Haute couture celestial 

Bueno, pues parece que me vuelvo a quedar para vestir santos. Cuando mi madre pensaba ya en comprarme el ajuar, todo en lino bordado y con el escudo de la familia... Qué contrariedad.

Bueno, en realidad esto es más bien una metáfora —incluso una jitanjáfora—, porque mi madre no está para nada de acuerdo con que le haya salido una hija así. Pelín desviada. Pelín folclórica. Pelín sobreactuada (bueno, no, sobreactuada la que más; nada de pelín: a mi lado Bette Davis es Liv Ullman, la pobre). Bueno, pues con una hija así (y el resto de la familia no es que me ande a la zaga, by goodness sake), claro, mi madre opta por el estilo british total: en casa no se habla de lo tuyo, aunque sea un SAV (Secreto A Voces… y qué voces). Y ahora, cuando ella y papá, que anda fatal de lo suyo —la gota, que nadie piense en enrevesadas subtramas familiares al estilo Tennesse Williams, que siempre estuvo de lo más fascinado con el incesto y la realeza, por ese orden—, se las prometían tan felices, yo me vuelvo a quedar para vestir santos. Una pena, oye.

He tenido que volver a la residencia de invierno —yo, que estaba divina en la Gran Mansión de mi fiancée, pero, claro, nada es para siempre; ni siquiera los diamantes, que se lo digan a mamá…—; la residencia de invierno, qué horror: una osera mal ventilada en estilo ecléctico —muy ecléctico—; me siento talmente como Imelda Marcos cuando tuvo que salir pitando de palacio con su colección de zapatos a cuestas y sú única preocupación era: ¿Dónde los pongo, Dios mío?

Ella, como yo, era una mujer de conciencia social más bien, en palabras de uno de los chambelanes reales, el gran JA, “esquemática”. Mi conciencia social, también esquemática, me induce ahora a buscar una solución a mis problemas, a saber: la búsqueda de armario. En un primer momento pensé en otra solución bastante más radical: la búsqueda de patrocinador, pero es que yo, como Candela-María Barranco en Mujeres, "yo ya no estoy ni pa ningún hombre, ni pa ninguna persona ni pa ná". Y a todas estas, mi hermano, que pensaba heredar la residencia de invierno para sus propias (y muy depravadas) soirées cripto-sexuales, se ha quedado con un palmo de narices. Creo que ya le ha puesto un cirio pascual a San Antonio bendito para que regrese al redil de la monogamia y el amor conyugal.

—Pues, hijo, tal y como yo lo veo —le he dicho—, creo te va a salir más cuenta que te compres toda la cerería.

Yo es que, además, le veo muy en ese negocio. Haciendo velas aromáticas, vistiendo sandalias y quemando sándalo. Esperemos que el primogénito no se muera en un accidente náutico, como el pobre Andrea (Cassiraghi), porque si no veo que esta dinastía se precipita hacia el desastre...

Y al hermano de Mette-Marit van y lo meten en la cárcel. Eso pasa por contratar a aficionadas.

Mañana más.

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