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viernes, abril 30, 2004

Horror vacui 

Bueno, pues... Ay, ay, ay. Sí, otra vez. Y otra. Y otra... O sea, que he entrado en el loop y ya no hay quien me saque. Alcohol, alcohol, alcohol. Ay, sí. O sea. Dipsomanía, dipsomanía, dipsomanía. Una leve resaca instalada permanentemente a mi lado, con el ceño fruncido y el fru-frú atenuado, pero constante, del abanico (por alguna parte hay que eliminar toxinas; sí, llámame Poro Salvaje). Y Yo, muy en mi línea, con el cutis casi intacto gracias a la cosmética –los medicamentos son nuestros amigos; y las cremas con liposomas, ni te cuento–, y el cerebro al borde del ictus (como la Mari-cheli, la pobre).

En fin, el caso es que admito mis culpas. Y lo que es mejor: NO ME IMPORTA. La lirio, la lirio tiene... ¿Qué tiene la lirio? Pues hija, ¿qué va a tener? Una botella de ajenjo cerca, o de anís, o calissay. Y mucho volante. Y mucho lunar. Y mucho moño. Y mucha bisutería.

Y questa notte he quedado con un chulángano encantador (de profesión, actriz y entertainer); y ayer, cené con mis chambelanes y La Única Mujer que conozco capaz de decir dos tacos cada dos palabras sin perder el glamour; y antes de ayer, cené con más gente encantadora; y antes de antes de ayer, con R., chambelana honoraria, mujer versus mujer, llorando ambas de la risa (por no llorar, sí, por no llorar); y...

Hija mía, qué vértigo vital. Horror vacui. Horror.

Jajajajaja. Como decía Cecil Beaton, el peor pecado de todos es el aburrimiento. Estoy de acuerdo.

Mañana más.

miércoles, abril 28, 2004

Qué risa, tía Felisa (née Frederica) 

El horror. No tengo tiempo ni para desmaquillarme cuando llego a casa, rendida tras una agotadora jornada torturo-laboral. Las pestañas XXL me pesan como costales y los costales, como pestañas XXL. O sea, el horror. Mañana es el (in)feliz alumbramiento de ese esperpento mediático, con esos colorinchis, ese flower-power, esas tramas, esa maquetación tout-a-cent, esas falsi-entrevistas... El horror, el horror, el horror.

Como siempre, claro, me refugio en el alcohol. Y de paso abro nuevos e inexplorados caminos en el mundo de la hostelería: pago los gin-tonics con los cheque-groumet. Que pague la empresa, o sea, que pague el colorinchi, el flower-power y las falsi-entrevistas.

Eso sí. Me consuela una serie de hechos. A saber:

1. Eloy Azorín tiene halitosis. El muchacho será muy juncal, muy lánguido, muy bello, muy Dorian Gray, sí, lo que quieras... Pero las copas pasan factura. En el aliento.

2. Fanny Ardant es la sucesora de Sara Montiel . Mucho glamour, mucho bisturí, mucho colágeno, mucho hilo de oro... para quedar así: Sara Montiel con frenillo. La pobre.

3. Darío Grandinetti gana en las distancias cortas. Dientes pequeños, ay. Y esa voz. Y los ojos. Y... Porque soy Una Dama, si no me lo hubiese tirado ALLÍ MISMO.

4. Las memorias de Luis Escobar están a sólo dos euros en el Book Center de la calle Luchana. Un manantial de sabiduría (si fuese -aún- más cursi diría un venero, pero no lo soy; incluso Yo tengo conozco el significado de la palabra límite), con grandes máximas del tipo: "Me siento en la Gran Vía. Un carnaval de horrores". "Almuerzo con la Infanta P. Latas de caviar de a kilo".

5. Descubro (otra vez) la capacidad de La Risa (el divino don de la risa, sí, aunque no soy Scaramouche) junto a la hilarante y sapientísima R., nueva chambelana honoraria, otra víctima del naufragio de la neonata revista femenina, uno de esos engendros que justifican por sí solos la revitalización de los Índices inquisitoriales, el régimen de censura franquista y las políticas de natalidad más proactivas de la china maoísta.

En fin, sé que Dios escuchará mis súplicas. O sea, Dios, o escuchas mis súplicas o me compro un megáfono. Tú verás.

Mañana más.


sábado, abril 24, 2004

Si el trabajo dignifica al hombre, Yo soy... 

M.
Mírala, ahí tendida parece inofensiva. Pero era una perra. Contempla ese cuerpo torturado, los ojos estallados en las cuencas; los dedos rotos; la boca, un amasijo informe; las piernas, en una posición extraña, como una cruz gamada; probabeblemente el fémur está astillado y se le clava en la carne desgarrada; sí, si te acercas y contemplas el cuerpo más detenidamente podrás ver claramente cómo algunas esquirlas salieron despedidas, junto con algunas piezas dentales; la mandíbula, tan fuerte, tan metafóricamente prognata, ha quedado convertida en un remedo (bastante pobre) de la quijada de un burro (pero, ay, ningún Caín se atrevería a tocar eso ni con unas pinzas); jirones de ropa ondean al viento, dejando al descubierto trozos de carne tumefacta; una de las manos ha salido despedida y reposa a pocos metros del cadáver, con los dedos engarfiados aún sobre un manillar imaginario... Y la cabeza... Qué pena de cara... ¿En serio creía Esa Puta que el casco le iba a salvar la vida? Jajajaja. Y yo al lado, meándome de la risa. Literalmente. En lo que queda de boca.

P.
Mírala, ella que estaba tan orgullosa de su pelo... ¿Qué habrá sido de su cuero cabelludo? Y las uñas... Qué pena. Debió de dolerle muchísimo. Y los dientes, claro. Uno a uno. Con los nervios al aire... Qué dolor. ¿Y esas marcas? No puedo creerlo. Eso debe doler, ¿eh? Vamos a verlo... Uy, cómo tiembla. Pero si todavía está viva. Qué gran vedad: bicho malo... Vamos a ver si, con este soplete, podemos fundir el hueso... Esto te va a doler un poquitín, pero es por tu bien, querida. Ya sabes, la letra, con sangre entra. Y en tu caso, querida, vamos a necesitar un banco entero... Yo no tengo prisa. ¿Y tú? ¿Y esa grapadora? Ay, no puedo mirar. Bueno, sí, un poquito... Mmmmmm, nunca hubiese imaginado que el material de oficina diese taaaanto juego... Vamos a probar con esto. Ay, la pobre, se ha quedado sin pezones. Bueno, tampoco es para ponerse así. Chica, para lo que te servían, si estabas todo el día metida en la oficina... ¿Qué era eso que dijiste? "Este es ritmo", ¿no? Este es el ritmo. Ya lo creo, cielo. Vas a ver tú lo que es ritmo. ¿Paciencia? Toda la del mundo. ¿Me puedes alargar el cúter? No te preocupes, que ya lo cojo yo...

L.
Mírala. O mejor no, no la mires. No la ibas a reconocer. Ya ves... Es que es increíble, ¿eh? Hay que ver lo que cambia una persona cuando cae en un bidón de ácido. Aunque, bueno, caer, caer, lo que se dice caer... Reconozco que le di un pequeño empujoncito. A ella le encantaba la natación, ¿no? Un número cinco. A mí, pídeme un número cinco. Pues no, querida, ya no vas a poder comer jamás un número cinco. Bueno, si te compras un robot de cocina especialmente potente, ya sabes, de ésos que pueden triturar casi cualquier cosa... ¿Qué tal tu mano? Vamos a probar. Ah, qué desagradable. Hija, tan fina, tan fina y luego no eres capaz de controlar tus esfínteres. Qué horror. ¿Un calmante? ¿Para qué? Me parece a mí que te estás volviendo un poco yonqui... Dame, trae acá. Que ya te los guardo yo... Es por tu bien, querida... Tú llora, guapa, llora. Que esto no ha hecho más que empezar...

Cuando Una, al cabo de un mes y dos semanas, tiene este tipo de fantasías, creo que ha llegado el momento de dejar el Nuevo y Maravilloso Trabajo en el Fascinante Mundo de la Prensa Femenina, ese pozo de víboras. "No vamos a hacer corazón, tú no te preocupes". No, encanto, no vas a hacer corazón. Sólo quieres arrancármelo.

Mañana más.

martes, abril 20, 2004

Vida social 

Una copa. Otra. Sí, otra más. La última, para asustar a los leones. O a los tigres. Me pregunto. Ahhhh... Extiendo la mano y lo único que toco es una gusanera. ¿Y tú? Oh, yo estoy bien. Sólo me falta un diente. Bueno, querido, pues tampoco es para tanto. Ah, no. No, no. Sí, claro. Extiendo la mano y... Ah, qué pesado con la mano. Oye, tú, dame ese papel. ¡Dame ese papel! Sí, ahora mismo. En un minuto. ¿Listo? Sí, bueno, supongo que podría, pero no estoy segura... De acuerdo, de acuerdo. ¿Pero de quién es esta mano? ¿Alguien podría devolverme mi uña? ¿Y el diente? Sí, ya decía yo... No lo creo. La verdad es que no. Yo... ¿Tú? ¿Qué sabes tú de sentimientos, naturales o antinaturales? ¿Una fiesta? Oh, sí, y murieron cientos de niños. Qué pena. ¿Tú crees? La verdad, yo no pondría la mano en el fuego... ¿Tú qué vas a poner? Taxi, taxi, ¡¡¡sexy!!! Vaya, pues... ¿Y tú? Muchas gracias. Al fin. Supongo que... ¿Qué es ese ruido? Sólo un poco de... Un poco de... Un poco de... Cierra la mano. ¡Cierra la boca! De acuerdo, iré. Vaya, qué gentil. Sí. ¿Y murieron? Sí, todos. Qué terrible. Sí, ¿verdad? El look militar ya no se lleva. Para nada. Fatal. Pues vaya... ¿Y tú? De acuerdo. ¿Pues? Vamos. No. Bueno, sí. Bueno, no sé. ¿Y tú? ¿Has visto eso? ¿Los siete pilares de la sabiduría? Los siete pilares del aburrimiento. Dios... Mira eso. Parece que le hayan pegado una paliza. Le han pegado una paliza, imbécil. ¿Cuánto? Cinco euros. No, diez. Vaya, yo... Nos vemos mañana. Te llamaré. Besos. Estás... ¿En serio? ...guapísima. Cielo. ¿Un accidente? Qué horror, como un horror. ¡Cierra la boca, coño! Sí, mañana, mañana. Pues claro...

Mañana más.

lunes, abril 19, 2004

La realidad supera... 

...al porno.

Un ejemplo: una profesora de la UNED a la que conozco, una mujer encantadora, divertida, educada, una mujer, en definitiva, en vías de extinción, irá a examinar a una de sus alumnas a su propia casa, en la que lleva enclaustrada desde hace diez años. No, no es un ficus ni una kentia. Ni siquiera es una esposa infiel. Es agorafóbica.

Otro ejemplo: cuando crees que ya lo has visto todo, que nada podrá sorprenderte, ves algo que te saca de tus casillas, que te revuelve las tripas. Literalmente. Un grupo de niños se dedica a sacarle los ojos a un perro con toda complacencia en plena calle (Sagasta; nada del extrarradio: niños bien alimentados, bien vestidos y, aunque parezca increíble en los tiempos que corren, bien peinados), mientras el resto de la gente los mira con gesto hosco, el labio contraído en un rictus patricio de condescendiente desprecio, pero guarda un discreto silencio. A la mierda el rictus patricio, pienso.

Me acerco a ellos mientras menciono, así, de pasada, su árbol geneálogico en términos no muy laudatorios, todo hay que decirlo. El grupo de niños (el mayor debe de tener unos ocho años; su cara es la viva imagen de la inocencia) se da la vuelta y comienza a escupir con la pericia de un mascador de tabaco de la Louisiana presecesionista. Al cuerno con el perro (uno de cuyos globos oculares ha sido extirpado ya con la precisión de una enucleación quirúrgica). A medida que me alejo, no puedo dejar de admirar los planes eugenésicos del gobierno sueco en la década de los 60. Más eugenesia es lo que hace falta.

Tercer ejemplo: La homeless fashion-victim que habitualmente duerme en la parada de autobús ante mi casa me saluda por la mañana, mientras trato de recomponer mi toilette de camino al trabajo. Se supone que el trabajo realiza al hombre (otra nueva razón para ser mujer, drag-queen o transformer, me digo). Apenas puedo abrir los ojos, tras un ataque de asma nocturno que me ha tenido A Las Puertas de la Muerte, hasta que los fijo en su vestido: una especie de caftán de color crema, bordado con algo parecido a hilos de oro, y babuchas a juego. Reconozco el modelo al primer vistazo. Lo lleva Analia Gadé en una escena de Coqueluche, justo antes de que Juan Luis Galiardo se lo arrebate de un zarpazo.

—¿De dónde ha sacado eso...? —le pregunto.

—De donde siempre —responde (su aliento se podría volver a embotellar y venderlo como un arma química de destrucción muy, muy masiva).

Donde siempre es una iglesia en El Viso, en la que, a la luz de lo que lleva puesto, seguro que liquidan el guardarropa de Audrey Hepburn el día menos pensado. Que tiemble Pertegaz.

Mañana más.


sábado, abril 17, 2004

Que el Cielo me juzgue 

Desde hace algunos días, me sangra el ano (y no, no he sido violada; experiencia catártica por la que sólo he pasado una vez y, como estaba incosciente, no puedo reseñarla; recuerdo, eso sí, que cuando volví en mí y descubrí que no me habían desvalijado, corrí al bar más próximo, previo taxi y parada en una farmacia para comprar una pomada, a celebrarlo).

Desde hace también algunos días (años, en realidad), me sangran las encías (y, que yo sepa al menos, no, no tengo piorrea y todas y cada una de mis piezas dentales se sostienen a sí mismas gracias a sus raíces fuertes y sanas; nada de coronas corrompidas, nada de pestíferas caries recorriendo las sagradas depresiones de mi boca).

Desde hace algunos días (meses, en realidad), me sangra la pluma. Escribo con tinta azul en un cuaderno que me compré en Londres, en días más felices, forrado de sarga color aciano, pero cuando lo leo después me doy cuenta de que no escribo con tinta, sino con una sustancia púrpura y viscosa parecida a los posos que deja la sangre seca en los tubos de ensayo de un laboratorio. No me importa, la verdad; nunca he concedido demasiada importancia a eso, o a la ausencia de talento, o a la ausencia, digamos, de gracia (en un sentido medieval, no hollywoodense; nunca he aspirado a formar parte de Abott y Costello, un dúo cómico a cuyo sentido del humor he sido siempre impermeable). La gracia está o no está. Es un don. Si no lo tienes, lo mejor es dejarlo correr y no dar vueltas sobre la carroña como un buitre descendiendo sobre un puñado de cadáveres. Ay, sí, pero la carroña es tan, pero tan fascinante... Y desprende un hedor tan adictivo que puede confundirse —y supongo que hay que dispculparlo— con un perfume vagamente conocido, el olor de la mendacidad.

En fin, supongo que todo eso significa que todos, incluso Yo, somos seres vulnerables. Sin embargo, Yo hace tiempo que decidí lamer mis heridas en casa. Me horrorizan las coladas públicas. En general, me horroriza todo lo que se hace de puertas afuera. Cada día soy más, pero más fan de lo que se hace de puertas adentro. La privacidad, queridos, qué don del cielo.

Y si eso es ser Una Perra, como Gene Tierney, que el Cielo me juzgue.

Mañana más.

viernes, abril 16, 2004

Continencia versus Dipsomanía 

Tras cenar opíparamente (los adverbios existen y me resisto a dejar de usarlos, a pesar de que no tengan cabida en la prensa –ese estercolero de la cultura– y estén en franco desuso), llegué a casa con una moderada borrachera y cogí el libro de ese otro alcohólico genial (comparto con él el don de la ebriedad, no el de la genialidad; soy narcisista, pero no estúpida), el señor Burgess, y me sumergí en la vida de otro fracasado a las puertas de la genialidad, Kenneth Toomey.

En fin, me planteé entonces, y sigo preguntándomelo ahora, si al final acabaremos todos como él, igual de escépticos, igual de desencantados, igual de dipsómanos (cutis necrosados y una halitosis levemente ácida, como manzanas podridas)... pero sin su talento, claro.

Yo, no tengo el menor rubor en reconocerlo, me confieso AB (Adicta a la Botella, no Ana B.). La mayor parte de los chambelanes y, de hecho, la mayor parte de la corte también lo son en mayor o menor medida, esclavos de la botella.

Hubo un tiempo en que tuve que ponerle nombre a mi resaca. Al fin y al cabo, me levantaba todos los días con ella, a pesar de que me acostase con un perfecto desconocido (o varios). Todos ellos eran anónimos; mi resaca, no. Mi resaca se llamaba Brigitta. Me despertaba todos los días con un sartenazo (¡clonc!) y luego dejaba caer ferozmente todo su peso sobre mi occipucio, amasando una jaqueca que Yo sabía que me duraría durante horas, y horas, y horas... Se sentaba conmigo a desayunar y contemplaba, con el ceño fruncido en un gesto beligerante, cómo minutos después devolvía el desayuno. Y vuelta a empezar: de vuelta a la cama, otro golpe seco (¡clonc!), y otro nuevo intento de volver a la vida-

Hoy, Brigitta parece más relajada; algunos días, de hecho, tiene mejor cutis que Yo. Pero no me engaña. Ah, no. La conozco y sé, lo sé perfectamente (otro adverbio, sí; otra concesión a la peor clase de autocomplacencia), que es rencorosa. Cada borrachera se enquista en su memoria (y en su agenda) como una afrenta personal y lleva el recuento. Lo sé. Por el momento las deja pasar, pero algún día se tomará la revancha y volverá por sus fueros. Y será implacable. ¿Quién soy Yo para reprocháselo? Nadie abandona sus privilegios así como así. ¿O no fue San Agustín quien dijo: “Dame castidad y continencia, pero no ahora”?

Pues eso, Señor, dame continencia, pero no ahora. Y castidad... Casi tampoco. Ni ahora ni nunca. Ya se encargará ella sola de acampar en mi cama sin necesidad de invocarla. Es lo que tiene: todo llega para el que sabe esperar. Y para el que no sabe, también.

Mañana más.


jueves, abril 15, 2004

Soy una MA (Mujer Afortunada) 

Una mujer en un taxi, sola, luchando Castellana abajo contra las lágrimas para que no se le corra el rímmel y acabe, en palabras de Bernardette/Ralph, “otra vez como un mapache”. Demasiado cinematográfico, ¿no? Pero cinematográfico pathé, cinematográfico cliché, cinematográfico vitagraph. Garbo, Marlene y Laly Soldevilla, todo en una. Sí, claro, pero es que hay cosas...

En fin, hay cosas a las que Una no puede (y sí quiere) resistirse. Bien sabe Dios que no soy MS (Mujer Sentimental), pero, claro, cuando UME (Una Mujer Estupenda), una de esas mujeres, de hecho, a las que se puede aplicar la palabra dama sin devaluarla; una mujer, además, con un cutis que le daría envidia a una porcelana de Messien, con un cutis que, as a matter of fact, me provoca un prurito de envidia incluso a mí; una mujer con una colección de tailleurs por la que mataría cualquiera que se precie de tener OC (Ojo Clínico); una mujer con una lengua tan rápida y afilada como el florete de Scaramouche; una mujer, en fin, divina, a la par que sencilla, elegante y sin embargo discreta, a pesar de su confesa adicción al Universo Pop en todas sus manifestaciones; pues bien, cuando Esa Mujer, antes de cerrar la puerta del taxi (otro día os hablaré in extenso de ese gremio, a todas luces afectado por la inhalación continuada de sustancias tóxicas exudadas por las tapicerías de polyester), te dice, en respuesta a tus confidencias, “yo también le tengo mucho cariño”... ¿Qué puede hacer Otra Mujer (en este caso YO), con un mínimo de sensibilidad y un máximo de alcohol en sangre?

Sobre todo si lo dice así, sin utilizar ese tuteo que la gente (esa abstracción perversa, depravada y ruin) suele emplear para transmitir una falsa, falsísima apariencia de intimidad*, ni emplear palabras gratuitas como amor, etc.; palabras mefíticas arrastradas por el fango por gente(uza) como A. López & Co., ni engolar la voz. Un enunciado simple, o sea, less is more, pero more, more, more: “Yo también le tengo mucho cariño”.

-Y yo, querida -respondí, conmovida.

La puerta se cerró y el taxi siguió su camino (ya lo he dicho, Castellana abajo... ¡Qué fea es la Castellana, por Dios!)

Sí, ante este tipo de gestos, Una lucha contra la Lacrima Christie’s y trata, por todos los medios, de mantenerse entera porque a mí me educaron para no llorar (y muchísimo menos, para hacelo en público; las emociones deberían estar prohibidas). Una lucha, además, mientras escucha las imprecaciones del taxista contra las “asquerosas mariconas que deberían irse a follar a su casa”, lo que arroja una nueva luz sobre mi lucha, una luz siniestra.

Ay, sí, Señora Estupenda, sepa usted que Yo también le profeso un inveterado afecto.

Corro al baño a recomponer mi (ajada) toilette.

[* Intimidad. Esa palabra me recuerda lo que tuve que replicarle una vez a una de las amigas de la Mamarracha Morigerada, otra sáficadicta a la tijereta, que pretendía que ella y Yo erámos idénticas, “como dos gotas de agua” (de la misma ciénaga, supongo). “Perdone, querida, pero me temo que está en un error. Usted y Yo lo único que tenemos en común es el derecho a un juicio justo”.]

Mañana más.


martes, abril 13, 2004

Escenas de una familia en (de)construcción (y II) 

VII
Mi hermana, la Infanta C., y Yo comentamos las virtudes de LMA (La Mujer Armilar, also known as La Mujer Almíbar), conocida de ambas [una cree que las deja atrás, pero no las deja atrás; nunca las deja atrás].

—Ay, es un cielo. Es taaaaan dulce.

—Demasiado. Sería capaz de provocarle una caries a una dentadura postiza.

VIII
Bonne Maman oye, por casualidad, una conversación telefónica con un amigo que, muy en su línea, parece aquejado de nuevo del síndrome Dragon Kan Sentimental.

Yo: Pobre, supongo que estará fatal. Esas cosas duelen mucho...

BM (en un susurro sibilante): Sí, casi tanto como una blenorragia.

IX
Bonne Maman levanta los ojos de "La conjura de los necios", de John Kennedy Toole, y quitándose las gafas comenta con ojos soñadores:

—¿No te parece que el personaje de Dorian Green es un poco exagerado?

—Mamá, si Yo fuese marica (y te aseguro que hay gente que lo cree) sería como Dorian Green.

—Hija mía, tú ya eres como Dorian Green.

X
Levanto los ojos de "Poderes terrenales", de Anthony Burgess, y le pregunto a mi madre qué le parece la siguiente cita: "Cuando utilizo el nombre [de Dios], me refiero al otro cabrón, al demonio. Que no cayó, se alzó. Nuestra teología está escrita al revés".

BM vuelve a levantar los ojos de "La conjura de los necios" para inquirir:

—¿Y para eso ha necesitado ese hombre escribir 500 páginas? Eso lo sabe cualquier niño de pecho.

Y Yo me pregunto: ¿Aún quedan niños de pecho?

XI
Mi madre y Yo dejamos nuestros libros a un lado y hablamos sobre personas (letalmente) encantadoras. Mi madre recuerda a una prima, ya un poco muerta (la única diferencia que la familia encontró respecto a cuando estaba viva, o casi, fue básicamente el olor), que era la viva imagen de la candidez.

—Sí, todo el mundo la encontraba encantadora. Fue entonces cuando me di cuenta de que el encanto me provoca urticaria.

XII
"La clase obrera siempre tiene mejor aspecto de uniforme". Anthony Burgess

BM: ¡Santo Dios! ¿Es que ese hombre sólo sabe decir obviedades?

Mañana más.

lunes, abril 12, 2004

Escenas de una familia en (de)construcción 

I
Mi madre, sentada en un estrado isabelino (auténtico), hojea una revista de gastronomía bajo el retrato de su madre, pintada por un postimpresionista catalán con el traje regional (rumano) por algún tipo de oscura perversión étnica de indescifrable origen. De pronto, se detiene en una fotografía de un pub londinense, frecuentado por jóvenes de apariencia inequívocamente metrosexual (mechas, pieles satinadas por una reciente mascarilla exfoliante, impecable estilismo, zapatos de firma). Frune el ceño y, ahuecando los labios sobre un dedo admonitorio, susurra:

—Detecto una cierta alegría en esta foto.

Yo, en cambio, no detecto la menor ironía en su voz.

II
Me tumbo en un diván reconvertido en cama turca por obra y gracia de los chales, los cojines y la buena voluntad de Bonne Maman, decoradora entusiasta pero acaso demasiado enfática (no, queridos, entusiamo y énfasis no tienen por qué ser lo mismo y, de hecho, rara vez lo son). Leo casi de una tacada 500 páginas de “Poderes terrenales”. Aún me quedan otras 500 para llegar a la última página. Me parece una novela fascinante y muy, muy divertida, con una visión de la realidad bastante similar a la mía. Al parecer, Anthony Burgess y Yo podríamos haber ido de copas en amable comandita (probablemente, hubiésemos acabado en el hospital, pero esa es otra historia).

Durante casi 48 horas, el señor Burgess me parece más real que mi propia familia. Lo que me trae a la memoria la cruel cita de Madame du Deffand sobre sus parientes.

III
La piccola principessa entra corriendo en el comedor de invierno, con un globo lleno de helio en la mano (macabras remembranzas del Hindenburg atraviesan mi cabeza como un diorama del 11-M en versión art-decó):

—He visto a la Virgen Llorona y al Bello Durmiente.

Y luego habrá quien se rasgue las vestiduras por que en los colegios la religión se imparta como asignatura obligatoria.

IV
La Infanta C. me cuenta cómo dos amigas le recriminan que no sea una MC (Mujer Completa, o sea, autosuficiente). ¿Qué significa eso?

—Que llamo a los hombres por teléfono.

—O sea, que según A. deberías...

—...Utilizar señales de humo, supongo.

—En ese caso, querida, no abandones el tabaco. Jamás.

V
Abro la ventana y contemplo el panorama. Cierro la ventana y escribo: “La Ciudad-Mausoleo, más funérea que nunca”. Nunca nunca es nunca (es nunca es nunca es nunca, ¿verdad, Gertie, querida? O sea, todo puede cambiar. A peor).

VI
El Rey en el exilio pregunta, con una sombra de inquietud: “¿Estás mejor?” Sí, claro, como una debutante en su primer aborto.

Mañana más.

jueves, abril 08, 2004

Antes de embarcar 

Hace poco más de dos años —dos años, una semana y dos días, exactamente—, P. saltó de un octavo piso y se estrelló contra el suelo. Era un hombre vital, simpático, bellísimo —tenía unos impresionantes ojos azules y una de esas sonrisas falsamente inocentes, capaces de granjearle todas las simpatías y abrirle todas las puertas, hasta las que parecían cerradas a cal y canto— y muy educado. Era, en definitiva, un hombre encantador.

Al parecer, dejó una carta. Ese gesto, el del suicida escribiendo a las tantas de la madrugada su test(l)amento tras haber tomado la decisión irrevocable de quitarse la vida, me llenó de horror, pero también me fascinó. Todavía sigue fascinándome. ¿Qué contaba en aquella carta?

Siempre he pensado que el ser humano es impermeable al dolor. Pero no. Aún quedan personas a quienes la mendacidad, el horror cotidiano les afecta y les arruina cada día, cada minuto, cada segundo de su vida. Sólo ven error allí donde otros se empeñan en ver belleza. Pero no puede haber belleza donde hay error.

Recuerdo que mientras el resto de la Familia (en el exilio, cada rama en su propio infierno) se empeñaba en demonizar lo que a mi juicio no era más que un acto voluntario y desapasionado, yo reconocía un sentimiento, una pulsión que he contemplado cada día, sin falso dramatismo (dejo el histrionismo para otras facetas de mi vida). La vida me parece estéril y me espanta. Así de sencillo.

Mis sentimientos a lo largo de aquellos días fueron ambivalentes: me sentía dentro y fuera al mismo tiempo, actor y espectador de un drama sin demasiado fuelle (los personajes era elementales, maniqueos y sin ningún tipo de aristas, se limitaban a desplazarse por el escenario sin convicción y sin nada que decir, excepto lugares comunes), pero con la suficiente perspectiva, una sutil lejanía sentimetal que me permitía no ser una víctima de esa muerte, de ese exorcismo que sacudió a toda mi familia.

Y ahora, cuando estoy a punto de recorrer la distancia emocional (y geográfica) que me separa de ella (Mis Queridos Fósiles & Cía.), o sea, de la Ciudad-Mausoleo, me sigo preguntando por qué lo hizo. ¿Valió la pena?

Supongo que sí.

Mañana más.

miércoles, abril 07, 2004

Y al tercer día, resucitó 

Pues también hacen falta ganas, coño.

Mañana más.

martes, abril 06, 2004

El advenimiento de un Nuevo Hombre: el hombre-chincheta 

Bueno, pues en los últimos días he observado, conmocionada, el nacimiento de un nuevo fenómeno socio-sexual. Un fenómeno, además, en el que estoy plenamente implicada, ya que lo he sufrido en mis propias carnes (en un sentido, ay, de lo más literal) varias veces a lo largo del último week-end. Un horror (otro más): el nacimiento del hombre-chincheta*.

¿Qué es un hombre-chincheta? Es un ser, en principio (mientras no se demuestre lo contrario) homínido, que te asalta en plena calle y te propone encuentros furtivos del tipo aquí te pillo-aquí te hago una labor de guarri-killerío que lo vas a flipar. Y Yo, claro, como no tengo FV (Fuerza de Voluntad), pues, claro, al final termino diciendo sí, cuando debería decir “son 90 euros, lo tomas o lo dejas”. Ellos me toman y Yo, al cabo de unos segundos (unos 45, más o menos), los dejo.

Hombre-chincheta, reconócelo al primer vistazo

El hombre-chincheta responde físicamente a lo que su denominación sugiere, a saber:

1. Hidrocefalia, acompañada de una petinatura especialmente depravada (generalmente, el hombre-chincheta responde al Perfil Hirsuto, llegando al extremo del Perfil Licántropo).

2. Cuerpo compacto, con tetas que en un tiempo pasado fueron producto del gimnasio pero que, en la actualidad, son más bien el resultado de una dieta rica en grasas e hidratos de carbono (o sea: pinchos de panceta, bocadillos de oreja a la plancha y otros derivados del cerdo, acompañados de cantidades ingentes de cerveza).

3. Sonrisa de una diabólica ingenuidad intelectual, que quedaría fenomenal en uno de esos rostros a los que le falta algo (o, por el contrario, a los que le sobra... por ejemplo, un cromosoma en el par 21), pero no en la boca de lo que Una, en su ingenuidad, creía que era un Chulángano y no es más que un Hombre-chincheta.

4. Unas manos a juego con el resto del cuerpo.

5. Una estatura que lo convierte en un objeto ideal para la decoración de jardines suburbanos, pero no en Objetos Sexuales de primer orden (ni siquiera en OS de segundo o tercer orden; lo suyo es el desorden y la alteración de la conducta).

Perfil psicológico

El hombre-chincheta es esa clase de hombre que es tan espontáneo que:

a) Te eructa en la cara.

b) No cierra la puerta del cuarto de baño (es más, no lo utiliza si puede evitarlo porque Él ha nacido para estar en contacto directo con la Naturaleza).

c) Mastica con la boca abierta (es más, casi todo lo hace con la boca abierta).

d) Lleva ropa interior de fantasía (es, de hecho, el único lugar donde Una puede encontrar algo de fantasía en este tipo de hombres).

En conclusión

El hombre-chincheta está aquí y no está dispuesto a ceder ni un ápice de su terreno. O sea, que si hay algún hombre-metrosexual cerca que quiera disputárselo ya puede ir armándose con un soplete (o robárselo directamente, ya que la profesión de soldador y afines son muy populares entre este tipo de especímenes... mmm... ¿humanos?) porque Chicheta-man es un hueso Muy Duro de Roer. Si lo sabré Yo.

[*No confundir con el ga(y)rrulo, subtipo muy extendido entre La Cofradía, que estos días, además, sale de nuevo a la luz con inusitada virulencia... y no sólo en provincias, darling.]

Mañana más.


sábado, abril 03, 2004

Como la vida misma 

La mujer del pelo teñido de alheña se acerca, levemente escorada a la derecha. El pelo es un zigurat en precario equilibrio, pura arquitectura efímera. La boca, un navajazo de rouge dado a traición por una mano enemiga (probablemente la suya). Las manos, un remake de "Las manos de Orlac" y un ejemplo clínico de lo que lo que los médicos llaman Retención de Líquidos, y el resto de la humanidad pura y llanamente alcoholismo. Cuando llega al portal, extiende una mano y sonríe con una mueca demente. Abre la boca y una vaharada de coñac (del barato, del peor) sale de su esófago con la precisión de una llamarada y la acidez de una fábrica de tintes industriales para encurtir pieles.

Me ha rizado las pestañas. En fin, me resigno y sonrío.

Subimos un tramo de escaleras que quedarían fenomenal en el set de rodaje de una nueva versión de "Fortunata y Jacinta", pero que no van nada con mi traje nuevo (Ion Fiz, del que acabo de leer una entrevista bastante demencial en ese monumento a la vacuidad llamado Temptations).

La mujer del abrigo de pelo de camello (con un grave problema de sarna) vuelve a abrir la boca. Una nueva vaharada con ecos odoríferos de la licorería de la esquina me sorprende en plena reflexión sobre las virtudes cosméticas de la cal viva. Una copa más y podría propulsarse con el aliento.

—Bueno, pues ya estamos. Ya verás como es muy luminoso... —pausa. La mujer toma aliento (o sea, se retroalimenta de sus propias miasmas) antes de añadir—. Tú no te fíes de lo que vas a ver. Sí, es un poco antiguo. Sí, hay que reformarlo. Sí. Pero te aseguro que después de una reforma —vacilación etílica; por un momento tengo la impresión de que va a extender el brazo y, mirándome con ojos vidriosos, me va a pedir "otro carajillo, por favor, cortito de coñac"—, después de una reforma... puede quedar divino. Y ya te digo...

Abre la puerta y entramos en una cueva que haría las delicias de un cenobita copto en pleno delirio místico.

—...es muy luminoso.

Lo primero que me sorprende es el olor a descomposición. ¿Habrá cadáveres de ratas escondidos en las esquinas? ¿Tal vez en esa alacena que sugiere una actividad ilícita (probablemente los dueños se dedicaban al estraperlo en la posquerra y ocultaban allí los trozos de carne, que vendían luego en el mercado negro)? No quiero saberlo. Lo único que quiero es salir de allí. Cuanto antes.

La mujer, escupiéndome en pleno rostro una nueva vaharada de algo que solo podría describir como un palimpsesto alcohólico (creo reconocer los ecos del whisky tras una primera impresión de coñac, tal vez anís...; ginebra, sin duda; ¿vino? Puede ser. Sólo el cielo lo sabe: no me corresponde a mí juzgarla), se aferra a una de mis mangas como una niña aterrorizada y me arrastra hasta el centro de la caverna: el saloncito. El olor es indescriptible.

—Señora, no veo la pared del fondo... ¿No decía usted que era luminoso?

—Y lo es. Pero es que han cortado la luz...

Yo, que a estas alturas he dejado ya de sentir compasión para empezar a tener otro sentimiento bastante más humano, achino los ojos mientras me doy la vuelta y me precipito a las escaleras en busca de oxígeno:

—Ah, claro. Cuando dice "luminoso" se refiere a que precisa de luz eléctrica para disipar las tinieblas —mis ojos se han convertido ya en dos meras rendijas—. Qué literal es usted..., señora.

La mujer, tropezando con un objeto inerte (probablemente un gato devorado por las alimañas o una rata del tamaño de un escabel), me alcanza justo a tiempo.

—Pero no puede irse todavía. Tiene que ver el patio de manzana...

Y me enseña un patio de... de uva. Si extiendes el brazo puedes masturbar a tu vecina con toda comodidad (y sin sufrir luxaciones).

—Aún no lo han pintado, pero en cuanto lo hagan va a quedar muy, muy...

—No me diga más —la interrumpo—. Luminoso, ¿verdad? Y el precio me ha dicho que era...

—Un millón el metro cuadrado. Una ganga.

Salgo de allí pitando y, en cuanto llego a la calle, tomo un taxi de vuelta a casa. Supongo que esto es lo que llaman La Burbuja Inmobiliaria. Yo, la verdad, casi prefiero el árnica.

Mañana más.


viernes, abril 02, 2004

Cómeme el coño 

Eso. Y ahora que cuento con tu atención, querido/a lector/a, ya puedo continuar.

O sea. No doy creditito. No credit card. No money, no monkey, no business, pásame el lipstick, querida. Es que me quedo de piedra. De piedra-pómez. De piedra-roseta. De gresite.

O sea. Toda la vida yendo a los mejores internados en las escarpadas montañas transilvanas, internados donde iba Lo Mejor De Cada Casa, futuras damas pías, futuras gentidamas, y no la hez de la sociedad... Y ahora me entero de que los demás, o sea, vosotros, amables lectores; y vosotras, lectoras de postín, pensáis que:

a) Soy un travesti.

b) Soy un transexual.

c) Soy una marica.

d) Soy una marica ¡¡¡¡cuarentona!!!!

e) Soy una joven y dinámica treintañera (seguramente con mechas y una incorregible adicción a las perlas y a la pedrería).

¡Pero bueno! ¿Qué he hecho YO para merecer Esto?

O sea. No lo digo Yo. No estoy paranoica. Para No & Ca. no estoy, no. No lo digo Yo, no me lo han dicho. Lo he visto con mis propios ojos. Lo dicen en los foros; no en los romanos, no. Nada de ágora*, no. Sino aquí, en Intenné, este patio de adustas porteras con lenguas tan afiladas como bisturíes de neurocirujano.

[*Se deslizó una (er)rata, glups. Gracias, queridos colaboradores de editing.]

Ay, pobre de mí. Ay, infelice. Corre el rumor, como la peste bubónica, de que Yo... ¡Yo soy un hombre! (en cualquiera de sus manifestaciones: travesti, transexual, marica, marica-mala, marica-vieja, escritora-redimida-por-la-moda-de-una-alopecia-FUL-MI-NAN-TE... O algo peor... ¿Negro de Gala o Rosa Montero? Diosssss). ¿Pero qué engaño es este? [arrastrando fricativas, mmmmm].

O sea.

Hay que joderse.

[Una pequeña remembranza de una interview mítica de Paloma Chamorro a Almodóvar & McNamara.

P. CHAMORRO: Fabio, ¿qué es lo peor que te han llamado nunca en un escenario?

McNAMARA (muyyyyy pasado): Mmmmmmm. Chico.]

Mañana más.

jueves, abril 01, 2004

Sexo en la ciudad (ríete tú de Sarah Jessica Parker) 

Tres mujeres sentadas en el Museo Chicote ante un dry-martini y un par de gin-tonics en copa-pecera (de Bombay Zaphire) ¿de qué pueden hablar?

1. Los inconvenientes de ser MP (Mujer Poliquística, no Mujer y Puta: "Yo estoy súper a favor de la prostitución; si llevo dos semanas sin mojar prefiero a un profesional, al menos así te garantizas que no te van a dar gatillazo").

2. Las pérdidas de orina y su relación con la transexualidad (esa Gran Desconocida), sobre todo si aspiras a ser soprano.

3. Tranquilizantes.

4. La lluvia dorada y la lluvia de cáscaras de langostinos en un patio interior.

5. La importancia de las agendas.

6. La política en provincias y su efecto en un adolescente: Trauma con T de Telva, o lo que es lo mismo, WWW (Walking on the Wild Side).

7. Hombres.

8. La relación entre LPF (La Prensa Femenina, ese Universo plagado de agujeros negros) y la PM (Perturbación Mental).

9. Freakies.

10. Lo que me gusta y lo que no me gusta, dos cosas muy diferentes (cuando no opuestas).

11. Estilistas ("nunca te fíes de un estilista bien vestido").

12. Drogas (sin receta médica).

13. Hombres (otra vez).

14. Evolución/Involución.

15. Dietas para adelgazar sin esfuerzo (=anfetaminas).

16. Sadomasoquismo ("la combinación stiletto-escroto es fatal... Yo es que no podía mirar").

17. Amor (jajajaja).

18. Masturbación.

19. Gays.

20. Hombres ("no, no todos son gays").

21. Futuro.

22. Pasado.

23. Sexo oral y el Mundo Taxi.

24. Cómo matar un pulpo ("con mucha maña... Yo creo que mi novio, el marinero griego, me quería por eso").

25. Sexo anónimo y sexo con famoS.O.S (sobre todo si tienes algún amigo entre el gremio).

...Ah, sí, ha sido Una Gran Noche.

Mañana más.

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