miércoles, junio 30, 2004
La cuchara o la vida
Bueno, pues aquí estoy de nuevo. A vueltas con lo mismo. Lo mismo, lo mismo, lo mismo. Esta noche, cuando daba vueltas en la cama (sola, por una vez), me he dado cuenta de un hecho escalofriante. Mi vida está exactamente en el mismo punto que hace un año.
Hace 365 días, mi vida hacía aguas: mi matrimonio hacía aguas, mi vida laboral estaba en punto muerto, mi ánimo no hacía aguas; era directamente un naufragio. Toda YO era una crisis. Call me Crisis! Hoy, mi vida sigue sumergida en la misma marea –se puede sustituir la r por una l (ay, Holly, cuánto daño has hecho a tanta petarda contemporánea)–, en una dinámica atrozmente similar: sigo enganchada a la botella, sigo en una vorágine laboral que, en el fondo, esconde un páramo y sigo en medio de un tsunami emocional que amenaza con mandarme más allá del Arco Iris. Es más, ahora mismo podría cantar eso de “I’m always chasing rainbows” con el mismo desgarro que Judy Garland.
Después de esta semana, creo que empezaré una cura de abstinencia: etílica, sexual, politoxicómana. Mental. No puedo con la vida. O sea: sí que puedo, pero tampoco se trata de entregar la cuchara.
Mañana más.
Hace 365 días, mi vida hacía aguas: mi matrimonio hacía aguas, mi vida laboral estaba en punto muerto, mi ánimo no hacía aguas; era directamente un naufragio. Toda YO era una crisis. Call me Crisis! Hoy, mi vida sigue sumergida en la misma marea –se puede sustituir la r por una l (ay, Holly, cuánto daño has hecho a tanta petarda contemporánea)–, en una dinámica atrozmente similar: sigo enganchada a la botella, sigo en una vorágine laboral que, en el fondo, esconde un páramo y sigo en medio de un tsunami emocional que amenaza con mandarme más allá del Arco Iris. Es más, ahora mismo podría cantar eso de “I’m always chasing rainbows” con el mismo desgarro que Judy Garland.
Después de esta semana, creo que empezaré una cura de abstinencia: etílica, sexual, politoxicómana. Mental. No puedo con la vida. O sea: sí que puedo, pero tampoco se trata de entregar la cuchara.
Mañana más.
martes, junio 29, 2004
Un fin de semana bastante absurdo en siete ítems
Bueno, pues si he sobrevivido a este fin de semana, supongo que puedo sobrevivir a casi cualquier cosa. 48 horas desesperadas. 48 horas letales. 48 horas de no dar creditito. 48 horas en las que:
a) he sido sodomizada varias veces. A saber, por un respetable padre de familia de edad indeterminada y peso también indeterminado, aunque sospecho que la expresión “por encima de la media” se podría aplicar con toda exactitud a esas lorzas, esa alopecia, ese vello corporal, que tendía peligrosamente más hacia la cana que hacia la escarpia, esa perilla, esas gafas; a saber, por un príncipe putumayo de profesión go-gó, cuerpo periforme y acento austral; y a saber, last but not least, por varias personas cuya cara no recuerdo, cuyo cuerpo –afortunadamente– tampoco recuerdo y cuyo recuerdo no recuerdo en absoluto. Y vosotros os preguntaréis: ¿Y entonces cómo coño sabe ésta si ha sido sodomizada por uno, por dos o por trescientos legionarios (por desgracia, esta última eventualidad es sólo eso, una eventualidad muy, muy peregrina…, aunque todo llegará)? Y yo os respondo: creedme. Lo sé. YO lo sé.
b) he estado borracha (y drogada) prácticamente durante toda la noche del sábado, la madrugada del domingo, el domingo al completo, la madrugada del lunes y la mañana del lunes. Muy borracha. Y muy drogada.
c) he estado en dos fiestas que me costará mucho trabajo olvidar, a pesar de mi tendencia natural a la amnesia y la pérdida de papeles (y de móviles). La fiesta de cumpleaños de mi ex marido, el Mozart de los ex maridos, una velada encantadora en la que tuve ocasión de conocer a su nueva fiancée. Seguro que es una fiancée encantadora, hogareña y abstemia. Todo lo que YO he sido incapaz de ser en tres años de matrimonio. Pero, claro, aunque Una esté llena de BS (Buenos Sentimientos) hacia el mundo, hay cosas que sin una copa a mano son muy difíciles de tragar. O sea: una excusa tan buena como cualquier otra para chuzarse hasta perder el control. La otra fiesta, en compañía del Gran Chambelán R., que también me acompañó a la primera soirée, habla por sí misma: EPT (En Plan Travesti). De en plan, nada de nada. Travesti 100%. Travesti & Osa Mayor. Travesti & Bear. TravestiBar. Súper travesti. Salí del Morocco a cuatro patas. Una posición idónea para lo que me esperaba después. Un desfile por la Gran Vía, rodeado por la aristocracia del submundo noctívago de la Gran Ciudad, Lo Peor de Cada Casa. Y YO, con ellos. De allí, a una discoteca infecta. De allí, a otra. De allí… Fundido en negro… Fundido en blanco. Me levanto con el Príncipe Putumayo. Los ojos se me van a caer de las órbitas. Pero qué buen ojo tengo para los chulazos, maldita sea. Y qué mal fario con los millonarios. Lo que me lleva al siguiente ítem…
d) “Para conocer a ricos tienes que invertir”. La señora Lola Menta, acompañada de su marido, una pareja encantadora, parafrasea unas horas antes de la debacle travesti a su abuela, una filósofa a la que más me valdría prestar un poco de atención. La verdad es que son uno de esos matrimonios que inducen a la VM (Vida Marital). Mientras tanto, como un coro griego, los chambelanes R. y M. me reprenden mi actitud hacia el Negociado Alcohol. “María, querida, YA BASTA. No vamos a pedir otra botella de cava”. ¿Otra botella de cava? Bueno, pues entonces un poco de desinfectante. Al menos, en esta ocasión no luzco una bonita gargantilla de hematomas. Algo es algo.
e) Llego a casa casi 48 horas después de haber salido de ella. Llego en estado de ruina. Llego por mi propio pie… lo que queda de él. Los Manolos son incompatibles con las moquetas raídas y pisoteadas por generaciones de MMB (Maricas Mamarrachas Borrachas). El Infante me recibe con unas bonitas palabras acerca de mi estado etílico durante la pasada noche. “¿Y tú cómo sabes eso?”, le inquiero, un tanto intrigada (aunque, a estas alturas, mi reserva de curiosidad está un poco bajo mínimos). Al parecer, estuvimos juntos. Se hace la luz y, con ella, lo que más ansío es un poco de oscuridad. Es más: De Tiniebla.
f) El calor. Ah, el calor. Me tiendo en el sofá, tras 48 horas de non-stop D&F (Drinking & Fucking), y todo lo que logro es que los sudores de la muerte me envuelvan de los pies a la cabeza como un sudario. Genial.
g) Esta mañana, he terminado Un reparto de asesinos. La sensación de irrealidad es tan brutal que amenaza con llevarme del tobillo al Lado Oscuro como una ajorca. No puedo sentir piedad de King Vidor, ni por Mabel Normand ni por la más infeliz de todas, Mary Miles Minter. Sólo puedo sentirlo por su madre, Charlotte Shelby, una auténtica hija de puta en la que me reconozco. Como ella, YO también me pregunto si alguna vez, en algún pasado muy, muy remoto, fui capaz de amar.
Pues no. Jamás. Siempre he sido una pésima amante. “Enamorarse es un trabajo” ha sido uno de los leit-motifs de mi vida. Y YO aborrezco trabajar. Será por eso.
Mañana más.
a) he sido sodomizada varias veces. A saber, por un respetable padre de familia de edad indeterminada y peso también indeterminado, aunque sospecho que la expresión “por encima de la media” se podría aplicar con toda exactitud a esas lorzas, esa alopecia, ese vello corporal, que tendía peligrosamente más hacia la cana que hacia la escarpia, esa perilla, esas gafas; a saber, por un príncipe putumayo de profesión go-gó, cuerpo periforme y acento austral; y a saber, last but not least, por varias personas cuya cara no recuerdo, cuyo cuerpo –afortunadamente– tampoco recuerdo y cuyo recuerdo no recuerdo en absoluto. Y vosotros os preguntaréis: ¿Y entonces cómo coño sabe ésta si ha sido sodomizada por uno, por dos o por trescientos legionarios (por desgracia, esta última eventualidad es sólo eso, una eventualidad muy, muy peregrina…, aunque todo llegará)? Y yo os respondo: creedme. Lo sé. YO lo sé.
b) he estado borracha (y drogada) prácticamente durante toda la noche del sábado, la madrugada del domingo, el domingo al completo, la madrugada del lunes y la mañana del lunes. Muy borracha. Y muy drogada.
c) he estado en dos fiestas que me costará mucho trabajo olvidar, a pesar de mi tendencia natural a la amnesia y la pérdida de papeles (y de móviles). La fiesta de cumpleaños de mi ex marido, el Mozart de los ex maridos, una velada encantadora en la que tuve ocasión de conocer a su nueva fiancée. Seguro que es una fiancée encantadora, hogareña y abstemia. Todo lo que YO he sido incapaz de ser en tres años de matrimonio. Pero, claro, aunque Una esté llena de BS (Buenos Sentimientos) hacia el mundo, hay cosas que sin una copa a mano son muy difíciles de tragar. O sea: una excusa tan buena como cualquier otra para chuzarse hasta perder el control. La otra fiesta, en compañía del Gran Chambelán R., que también me acompañó a la primera soirée, habla por sí misma: EPT (En Plan Travesti). De en plan, nada de nada. Travesti 100%. Travesti & Osa Mayor. Travesti & Bear. TravestiBar. Súper travesti. Salí del Morocco a cuatro patas. Una posición idónea para lo que me esperaba después. Un desfile por la Gran Vía, rodeado por la aristocracia del submundo noctívago de la Gran Ciudad, Lo Peor de Cada Casa. Y YO, con ellos. De allí, a una discoteca infecta. De allí, a otra. De allí… Fundido en negro… Fundido en blanco. Me levanto con el Príncipe Putumayo. Los ojos se me van a caer de las órbitas. Pero qué buen ojo tengo para los chulazos, maldita sea. Y qué mal fario con los millonarios. Lo que me lleva al siguiente ítem…
d) “Para conocer a ricos tienes que invertir”. La señora Lola Menta, acompañada de su marido, una pareja encantadora, parafrasea unas horas antes de la debacle travesti a su abuela, una filósofa a la que más me valdría prestar un poco de atención. La verdad es que son uno de esos matrimonios que inducen a la VM (Vida Marital). Mientras tanto, como un coro griego, los chambelanes R. y M. me reprenden mi actitud hacia el Negociado Alcohol. “María, querida, YA BASTA. No vamos a pedir otra botella de cava”. ¿Otra botella de cava? Bueno, pues entonces un poco de desinfectante. Al menos, en esta ocasión no luzco una bonita gargantilla de hematomas. Algo es algo.
e) Llego a casa casi 48 horas después de haber salido de ella. Llego en estado de ruina. Llego por mi propio pie… lo que queda de él. Los Manolos son incompatibles con las moquetas raídas y pisoteadas por generaciones de MMB (Maricas Mamarrachas Borrachas). El Infante me recibe con unas bonitas palabras acerca de mi estado etílico durante la pasada noche. “¿Y tú cómo sabes eso?”, le inquiero, un tanto intrigada (aunque, a estas alturas, mi reserva de curiosidad está un poco bajo mínimos). Al parecer, estuvimos juntos. Se hace la luz y, con ella, lo que más ansío es un poco de oscuridad. Es más: De Tiniebla.
f) El calor. Ah, el calor. Me tiendo en el sofá, tras 48 horas de non-stop D&F (Drinking & Fucking), y todo lo que logro es que los sudores de la muerte me envuelvan de los pies a la cabeza como un sudario. Genial.
g) Esta mañana, he terminado Un reparto de asesinos. La sensación de irrealidad es tan brutal que amenaza con llevarme del tobillo al Lado Oscuro como una ajorca. No puedo sentir piedad de King Vidor, ni por Mabel Normand ni por la más infeliz de todas, Mary Miles Minter. Sólo puedo sentirlo por su madre, Charlotte Shelby, una auténtica hija de puta en la que me reconozco. Como ella, YO también me pregunto si alguna vez, en algún pasado muy, muy remoto, fui capaz de amar.
Pues no. Jamás. Siempre he sido una pésima amante. “Enamorarse es un trabajo” ha sido uno de los leit-motifs de mi vida. Y YO aborrezco trabajar. Será por eso.
Mañana más.
viernes, junio 25, 2004
Danse macabre
Leyendo Un reparto de asesinos, de Sydney D. Kirkpatrick, me doy cuenta de que, además de ser una SC (Santa Contemporánea), soy un AA (Anacronismo Ambulante).
Es espantoso. Se supone que este libro es una investigación en el pleistoceno del cine, en los sótanos de Hollywood, en lo más profundo de lo más profundo de las cloacas del cine mudo. ¿Y qué me encuentro? Conozco a todos y cada uno de los personajes que desfilan por sus páginas –páginas, por otro lado, manchadas de realidad–; el autor, un erudito (se supone), no me cuenta nada que yo no sepa: ni la época, ni el dramatis personae, ni el paisaje, ni la trama, ni siquiera la fragancia corrompida de los cosméticos antiguos, esos cosméticos con los que crecí, me es ajena.
Para mí Edna Purvivance es tan real como la absurda Julia Roberts; más, de hecho. Mabel Normand, otra diosa silente, más viva que la ridícula Charlize Theron. Mary Miles Minter, tan vulnerable como Clhoë Sevigny. Sólo falta que aparezca como secundaria Barbara La Marr, una de mis diosas tutelares, para que el libro sea como un retrato de familia.
Puede que para muchos el pasado esté muerto y enterrado. Para mí, lo único que está muerto y enterrado es hoy. Lo contemporáneo no me interesa en lo más mínimo. La realidad, tampoco. A mí, dame celuloide muerto. Películas mudas. Cadáveres. Mis muertos. Mis queridos muertos…
Naturalmente, no abogo por la necrofilia. Para nada. Para ciertas cosas, como un tête-à- tête, me gusta que la persona que tengo enfrente esté viva y bien viva. Para ciertas cosas, la vida me parece un valor inestimable. Para ciertas cosas, el aliento, aunque sea bajo su forma más abyecta, la halitosis, es preciso e, incluso, deseable. Pero para otras, para la vida, por ejemplo, donde se ponga la muerte que se quite todo lo demás.
Cada día más, cada día más, cada día soy más fan de la muerte. ¡Viva la muerte!
Mañana más.
Es espantoso. Se supone que este libro es una investigación en el pleistoceno del cine, en los sótanos de Hollywood, en lo más profundo de lo más profundo de las cloacas del cine mudo. ¿Y qué me encuentro? Conozco a todos y cada uno de los personajes que desfilan por sus páginas –páginas, por otro lado, manchadas de realidad–; el autor, un erudito (se supone), no me cuenta nada que yo no sepa: ni la época, ni el dramatis personae, ni el paisaje, ni la trama, ni siquiera la fragancia corrompida de los cosméticos antiguos, esos cosméticos con los que crecí, me es ajena.
Para mí Edna Purvivance es tan real como la absurda Julia Roberts; más, de hecho. Mabel Normand, otra diosa silente, más viva que la ridícula Charlize Theron. Mary Miles Minter, tan vulnerable como Clhoë Sevigny. Sólo falta que aparezca como secundaria Barbara La Marr, una de mis diosas tutelares, para que el libro sea como un retrato de familia.
Puede que para muchos el pasado esté muerto y enterrado. Para mí, lo único que está muerto y enterrado es hoy. Lo contemporáneo no me interesa en lo más mínimo. La realidad, tampoco. A mí, dame celuloide muerto. Películas mudas. Cadáveres. Mis muertos. Mis queridos muertos…
Naturalmente, no abogo por la necrofilia. Para nada. Para ciertas cosas, como un tête-à- tête, me gusta que la persona que tengo enfrente esté viva y bien viva. Para ciertas cosas, la vida me parece un valor inestimable. Para ciertas cosas, el aliento, aunque sea bajo su forma más abyecta, la halitosis, es preciso e, incluso, deseable. Pero para otras, para la vida, por ejemplo, donde se ponga la muerte que se quite todo lo demás.
Cada día más, cada día más, cada día soy más fan de la muerte. ¡Viva la muerte!
Mañana más.
jueves, junio 24, 2004
Un poco de teología
Leo en La sombra de Hawksmoor, de Peter Ackroyd, que “la palabra Demonio, que viene de Daimon, y la palabra Theos, se usan indistintamente para nombrar la Divinidad. Los persas llamaban al Diablo Div, lo que está muy cerca de Divus o Deus. También ex sacramenti es recogido por Tertuliano como exsacramentum o excremento”. O sea, que Dios y el Diablo se dan la mano.
Pues claro. ¿Alguien lo dudaba?
Mañana más.
Pues claro. ¿Alguien lo dudaba?
Mañana más.
miércoles, junio 23, 2004
A vuelapluma
Raaaaaaaaaaaaassss. Hoy me he deslizado por las últimas páginas de las memorias (deliciosas, pero tan tristes) de Robert Graves, Adiós a todo eso, y me doy cuenta de que, en realidad, Yo también soy un poco como él: una survivor. Hemos sobrevivido a la guerra. Él, en las trincheras. Yo, en un pozo lleno de alimañas. El resultado es el mismo: neurosis de guerra y poco más.
Miro al futuro y siento vértigo. Vivir es un oficio y, qué queréis que os diga, a mí lo que me gusta, lo que me gusta de verdad, es el ocio*. El nec otium, para otros, para el workaholic de turno, pero no para mí. A mí, dame la paz. En realidad, quisiera cerrar los ojos y abrirlos en otra época, en otro lugar, otra vida, otro cuerpo (aunque no me quejo, bien lo sabe Dios; en lo que respecta a cuerpo, el Eterno Hacedor ha sido generoso conmigo por demás). Pero claro, cierro los ojos y lo único que consigo es abrirme la crisma contra una farola y dejarme el Manolo hecho una ruina, cariiiísima, pero ruina.
En fin, ¿para qué seguir? Tal y como dice la Hilarantísima & Brillantísima R., “nos merecemos la excelencia”. Y la excedencia, hija. Y la excedencia.
* [Por eso nunca podré ser puta profesional.]
Mañana más.
Miro al futuro y siento vértigo. Vivir es un oficio y, qué queréis que os diga, a mí lo que me gusta, lo que me gusta de verdad, es el ocio*. El nec otium, para otros, para el workaholic de turno, pero no para mí. A mí, dame la paz. En realidad, quisiera cerrar los ojos y abrirlos en otra época, en otro lugar, otra vida, otro cuerpo (aunque no me quejo, bien lo sabe Dios; en lo que respecta a cuerpo, el Eterno Hacedor ha sido generoso conmigo por demás). Pero claro, cierro los ojos y lo único que consigo es abrirme la crisma contra una farola y dejarme el Manolo hecho una ruina, cariiiísima, pero ruina.
En fin, ¿para qué seguir? Tal y como dice la Hilarantísima & Brillantísima R., “nos merecemos la excelencia”. Y la excedencia, hija. Y la excedencia.
* [Por eso nunca podré ser puta profesional.]
Mañana más.
martes, junio 22, 2004
Resistiré
He conseguido escapar del Gólgota; no del todo indemne, lo reconozco: me he dejado jirones de piel en el largo, inmisericorde Via Crucis personal, profesional, mental, emocional que ha supuesto salir de ese pozo de víboras. No miento. Eso es exactamente lo que ha supuesto, al menos para mí. Una estancia con todos los gastos pagados en el Infierno. Aún me pregunto por qué nadie mandó grabar en bronce la cita de Dante para ponerla encima de la puerta: “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza”. Pues sí.
Yo confieso que he estado a punto. A punto, sí, de abandonar toda esperanza. Pero soy incapaz. No puedo vivir sin la maldita esperanza, así que no me ha quedado más remedio que salir de allí, abandonar l’Inferno y, previo paso por las cimas y las simas de la pasión –mi cuello es una versión actualizada del clásico de Jess Frank, Drácula se encuentra con el Hombre Lobo y La Mujer Pantera (y se los tira a ambos)-, continuar con la barbilla desafiante mi camino rumbo al Purgatorio. Porque ahora, la verdad, no podría visitar el Cielo. Demasiado para mí. Necesito un impasse, una cura, una maison de santé.
Aquí estoy. A la expectativa. A la mierda el miedo. Se acabó la dictadura. Hay una conjura de los necios, de los mediocres y de los (y las) hijas de puta, una conjura de las Evas Harrington del mundo, de todas ellas, incapaces de descansar ni un solo minuto. Pero, qué queréis que os diga, como Margo Channing, yo bastante tengo con ser “sólo una mujer” (no, no es una frase de Cocha Velasco escrita por Antonio Gala, sino un highlite de Bette Davis previo paso por el perturbado cerebro camp de Joseph Leo Mankiewicz).
En fin, por el momento, y ya que sigo en plan camp, “Resistiré erguida frente a todo / Me volveré de hierro para endurecer la piel / Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / Soy como el junco que se dobla pero siempre / Sigue en pie / Resistiré / para seguir viviendo / Soportaré los golpes / Y jamás me rendiré / Y aunque los sueños se me rompan en pedazos / Resistiré.”
O sea. Si las ladillas no pudieron conmigo, un puñado de ratas tampoco lo harán. Faltaría más…
Mañana más.
Yo confieso que he estado a punto. A punto, sí, de abandonar toda esperanza. Pero soy incapaz. No puedo vivir sin la maldita esperanza, así que no me ha quedado más remedio que salir de allí, abandonar l’Inferno y, previo paso por las cimas y las simas de la pasión –mi cuello es una versión actualizada del clásico de Jess Frank, Drácula se encuentra con el Hombre Lobo y La Mujer Pantera (y se los tira a ambos)-, continuar con la barbilla desafiante mi camino rumbo al Purgatorio. Porque ahora, la verdad, no podría visitar el Cielo. Demasiado para mí. Necesito un impasse, una cura, una maison de santé.
Aquí estoy. A la expectativa. A la mierda el miedo. Se acabó la dictadura. Hay una conjura de los necios, de los mediocres y de los (y las) hijas de puta, una conjura de las Evas Harrington del mundo, de todas ellas, incapaces de descansar ni un solo minuto. Pero, qué queréis que os diga, como Margo Channing, yo bastante tengo con ser “sólo una mujer” (no, no es una frase de Cocha Velasco escrita por Antonio Gala, sino un highlite de Bette Davis previo paso por el perturbado cerebro camp de Joseph Leo Mankiewicz).
En fin, por el momento, y ya que sigo en plan camp, “Resistiré erguida frente a todo / Me volveré de hierro para endurecer la piel / Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / Soy como el junco que se dobla pero siempre / Sigue en pie / Resistiré / para seguir viviendo / Soportaré los golpes / Y jamás me rendiré / Y aunque los sueños se me rompan en pedazos / Resistiré.”
O sea. Si las ladillas no pudieron conmigo, un puñado de ratas tampoco lo harán. Faltaría más…
Mañana más.
martes, junio 15, 2004
Soy una rata
Odio a la gente que cuenta sus sueños. Me parecen lo peor. Pero las reglas están hechas para romperlas, así que allá voy...
Esta noche he soñado que era una rata o una alimaña o algo así. Estaba en un foso lleno de barro y lo único que veía eran los pies de una mujer con las piernas delgadas, delgadas, delgadas como canillas. Estaba hambrienta, así que no me ha quedado más remedio que, aunque las famélicas pantorrillas no tenían un aspecto precisamente de lo más apetecible, saltar sobre ellas y roer hasta llegar al hueso. Cuando al fin he notado que mis pezuñitas se agarraban a algo he empezado a subir, escalando sobre la carne y los jirones de tela, buscando zonas un poco menos correosas. Cuando al fin he llegado a la cara, me he lanzado sobre los ojos, casi fosforescentes a causa del pánico. Han estallado al primer mordisco. Estaban amargos.
Cuando no podía más, he saltado de nuevo al foso y me he alejado, sin mirar atrás. Pero casi a continuación me he sentido no exactamente culpable sino... En fin, un poco desasosegada, así que he regresado. Cuando he mirado la cara de la pobre mujer me he dado cuenta de lo que pasaba. Era yo. Bueno, era yo y no era yo. Era mi madre, pero en realidad era como si fuese Yo dentro de 40 años, porque mi madre y Yo nos parecemos muchísimo: el mismo pelo, la misma nariz, la misma boca engarabitada...
Me pregunto si mis ojos son tan amargos como sabían en mi sueño (a mí me encanta que me chupen los globos oculares; es una exigencia erótica que ha incomodado a más de un amante: no todo el mundo está dispuesto a pasar por ella).
En fin, debo de estar enloqueciendo. Normal.
Mañana más.
Esta noche he soñado que era una rata o una alimaña o algo así. Estaba en un foso lleno de barro y lo único que veía eran los pies de una mujer con las piernas delgadas, delgadas, delgadas como canillas. Estaba hambrienta, así que no me ha quedado más remedio que, aunque las famélicas pantorrillas no tenían un aspecto precisamente de lo más apetecible, saltar sobre ellas y roer hasta llegar al hueso. Cuando al fin he notado que mis pezuñitas se agarraban a algo he empezado a subir, escalando sobre la carne y los jirones de tela, buscando zonas un poco menos correosas. Cuando al fin he llegado a la cara, me he lanzado sobre los ojos, casi fosforescentes a causa del pánico. Han estallado al primer mordisco. Estaban amargos.
Cuando no podía más, he saltado de nuevo al foso y me he alejado, sin mirar atrás. Pero casi a continuación me he sentido no exactamente culpable sino... En fin, un poco desasosegada, así que he regresado. Cuando he mirado la cara de la pobre mujer me he dado cuenta de lo que pasaba. Era yo. Bueno, era yo y no era yo. Era mi madre, pero en realidad era como si fuese Yo dentro de 40 años, porque mi madre y Yo nos parecemos muchísimo: el mismo pelo, la misma nariz, la misma boca engarabitada...
Me pregunto si mis ojos son tan amargos como sabían en mi sueño (a mí me encanta que me chupen los globos oculares; es una exigencia erótica que ha incomodado a más de un amante: no todo el mundo está dispuesto a pasar por ella).
En fin, debo de estar enloqueciendo. Normal.
Mañana más.
jueves, junio 10, 2004
¡¿Pero QUÉ pasa en este Madrid?!
Ayer cené con mi ex marido. La verdad es que, tal y como le he dicho una y mil veces, Yo soy súper fan de mi ex marido, el Mozart de los ex maridos. Después de él todo, todo, todo –lo sé– es decadencia. No me importa. Bueno, sí que me importa, pero qué se la va a hacer... C'est la vie!
Mi ex marido tiene la cara en forma de corazón y el pelo, un poco a lo Príncipe Valiente (pero sin flequillo y sin los problemas de alcoholismo de Robert Wagner, porque, entre otras cosas, mi ex marido es un ejemplo de sobriedad), surcado de mechas naturales de color blanco ígneo. La boca, a juego con la cara, también tiene forma de corazón (un corazón dentro de otro... dentro de otro, porque mi marido, a pesar de su flema británica, es capaz de grandes pasiones), y a menudo la contrae en un puchero involuntario, sobre todo cuando duerme (mi ex marido tiene un sueño maravilloso; es lo que más echo de menos de mi matrimonio: verlo hacer pucheros mientras duerme a pierna suelta... Ésa es otra: mi ex marido tiene muy buena pierna; dos, porque mi marido no es ningún monstruo). Sus ojos, de color acero, son su punto fuerte; como el acero, pueden ser impenetrables, pero por regla habitual tiene una mirada bastante risueña que se transforma en sentencias casi epigramáticas que podrían pintarse con papel de oro en los techos de un gabinete de lectura. Porque mi ex marido, y esto es lo que me decidió a dar el salto y calzarme la alianza, es un PS (Pozo de Sabiduría), sobre todo en algunos temas, como la Historia y el Grupo de Bloomsbury. Como digo, soy muy fan de mi ex marido.
En fin, el caso es que ayer cenamos, porque llevábamos casi dos semanas, si no más, sin vernos y nosotros somos de ese tipo de ex matrimonios (enfermizos, lo sé) que se ven casi una vez a la semana. Yo es que, además de fan, soy un poco ex-marido-dependiente, porque, para mí, mi ex marido es un RM (Referente Moral) y si no lo veo corro el riesgo de perderme en los vericuetos de las alcantarillas. Es viéndolo y ya estoy de lo más perdu…
Bueno, pues allí estábamos ambos, sentados en una mesa divina, en una plaza divina (la de Olavide), cenando, divinos ambos –porque mi ex marido era ya metrosexual muuuuucho antes de que algún periodista marica acuñase ese mito contemporáneo–, cuando miro a mí alrededor... ¿y QUÉ veo? Pues que a mi derecha un par de gays –nada de metrosexuales, maricas de los pies a la cabeza, pasando por el bolso–, que tras una espasmódica coreografía de besos y abrazos, prácticamente se hacen una felación en público (no es que me importe, pero no era el momento); a mi izquierda, dos tijeritas –una de ellas, podadora–, dirimiendo sus problemas conyugales (“se acabó lo de compartir lencería, guapa”); un poco más allá, una mesa infestada de maquilladoras y sus chapero-ayudantes, riendo a carcajadas con el antiestilismo de la dueña y... ¿Para qué seguir? Otro Gólgota homosexual de lo más activo.
–Esto es un complot. ¡Estamos rodeados! Pero esto qué es... ¿Chueca?
Pues no. Esto es Chamberí. Zona nacional. Y están aquí. También han llegado aquí... Lo que Yo digo: el mundo se precipita hacia su autodestrucción. A este paso, el próximo Papa sale al balcón de San Pedro para impartir la bendición Urbi et Orbi con un alzacuellos rosa. ¿O ya lo lleva?
Mañana más.
Mi ex marido tiene la cara en forma de corazón y el pelo, un poco a lo Príncipe Valiente (pero sin flequillo y sin los problemas de alcoholismo de Robert Wagner, porque, entre otras cosas, mi ex marido es un ejemplo de sobriedad), surcado de mechas naturales de color blanco ígneo. La boca, a juego con la cara, también tiene forma de corazón (un corazón dentro de otro... dentro de otro, porque mi marido, a pesar de su flema británica, es capaz de grandes pasiones), y a menudo la contrae en un puchero involuntario, sobre todo cuando duerme (mi ex marido tiene un sueño maravilloso; es lo que más echo de menos de mi matrimonio: verlo hacer pucheros mientras duerme a pierna suelta... Ésa es otra: mi ex marido tiene muy buena pierna; dos, porque mi marido no es ningún monstruo). Sus ojos, de color acero, son su punto fuerte; como el acero, pueden ser impenetrables, pero por regla habitual tiene una mirada bastante risueña que se transforma en sentencias casi epigramáticas que podrían pintarse con papel de oro en los techos de un gabinete de lectura. Porque mi ex marido, y esto es lo que me decidió a dar el salto y calzarme la alianza, es un PS (Pozo de Sabiduría), sobre todo en algunos temas, como la Historia y el Grupo de Bloomsbury. Como digo, soy muy fan de mi ex marido.
En fin, el caso es que ayer cenamos, porque llevábamos casi dos semanas, si no más, sin vernos y nosotros somos de ese tipo de ex matrimonios (enfermizos, lo sé) que se ven casi una vez a la semana. Yo es que, además de fan, soy un poco ex-marido-dependiente, porque, para mí, mi ex marido es un RM (Referente Moral) y si no lo veo corro el riesgo de perderme en los vericuetos de las alcantarillas. Es viéndolo y ya estoy de lo más perdu…
Bueno, pues allí estábamos ambos, sentados en una mesa divina, en una plaza divina (la de Olavide), cenando, divinos ambos –porque mi ex marido era ya metrosexual muuuuucho antes de que algún periodista marica acuñase ese mito contemporáneo–, cuando miro a mí alrededor... ¿y QUÉ veo? Pues que a mi derecha un par de gays –nada de metrosexuales, maricas de los pies a la cabeza, pasando por el bolso–, que tras una espasmódica coreografía de besos y abrazos, prácticamente se hacen una felación en público (no es que me importe, pero no era el momento); a mi izquierda, dos tijeritas –una de ellas, podadora–, dirimiendo sus problemas conyugales (“se acabó lo de compartir lencería, guapa”); un poco más allá, una mesa infestada de maquilladoras y sus chapero-ayudantes, riendo a carcajadas con el antiestilismo de la dueña y... ¿Para qué seguir? Otro Gólgota homosexual de lo más activo.
–Esto es un complot. ¡Estamos rodeados! Pero esto qué es... ¿Chueca?
Pues no. Esto es Chamberí. Zona nacional. Y están aquí. También han llegado aquí... Lo que Yo digo: el mundo se precipita hacia su autodestrucción. A este paso, el próximo Papa sale al balcón de San Pedro para impartir la bendición Urbi et Orbi con un alzacuellos rosa. ¿O ya lo lleva?
Mañana más.
miércoles, junio 09, 2004
¿Vosotros también, Bruto(s)?
Depilarse las cejas es un arte total, un arte tan delicado como tallar un bloque de mármol o granito que, desde luego, no conviene tomarse a la ligera si no quieres terminar pareciendo una marica que imita a una mujer que imita a un travesti. Depilarse las cejas es un arte. No me cabe la menor duda.
Y sin embargo, la gente –la gente, ay... esa gente que cree que democracia es totus revolutum... pues no– sigue pensando (es un decir) que depilarse las cejas es coger unas pinzas y ¡¡¡zas!!! cortar de raíz, sin orden ni concierto, hasta transformar tus cejas en una réplica a escala 1:100.000 de la Puerta de Brandenburgo o el Transparente de la catedral de Toledo. Pues no. Eso no es depilarse las cejas. Eso es otra cosa. Llámalo atrocidad. Llámalo pecado. Llámalo X (de hecho, llámalo X, Y y Z). Llámalo gayedad. Crossing the line. Es más, overcrossing.
¿Por qué todos los hombres parecen últimamente gays? Te montas en el metro y parecen gays. Sales a la calle y parecen gays. Vas al gimnasio y parecen gays. Te sientas en una terraza y el camarero que te atiende parece gay, por no hablar de la pareja de chulánganos que hay a tu izquierda, que no parecen gays sino dos boys furiosos escapados del coro de Celia Gámez. Compras un cuarto de carrillada de cerdo (eso, quien compre ese tipo de cosas; yo soy más de Gucci o de Van Cleef & Arpels) y el carnicero parece gay. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!
Pues muy fácil. Porque son gays. Del primero al último. Maricas perdidos.
No me importa. O no me importaría si, al menos, como los gays primitivos, los protogays, los Vitines Cortezo patrios o los príncipes Robert de Montesquieu de inexistentes Belles Epoques supiesen depilarse las cejas con un mínimo de decoro, de idea y de arte. Pero no. Ni decoro, ni la menor idea, ni desde luego el más leve indicio de arte. ¡Esas cejas, por el amor de Dios!
Pero hay algo peor. Siempre hay algo peor. Esos jinchos, carne de extrarradio, productos suburbiales adictos a la licra, la corona de espinas capilar, las gafas mosca –ala de mosca–, las zapas-plataformón y los cordones de oro de un dedo de grosor –el índice de un orangután, no me cabe la menor duda–; jinchos de indudable y homofóbica heterosexualidad, jinchos que son sin duda la última esperanza de grandes damas como Yo para sus días futuros, cuando el mundo se haya mariquitizado de manera definitiva, que ¡también! lucen un depilado de cejas sencilla, absoluta y totalmente atroz. Atroz, atroz, atroz. ¡¡¡Esas cejas, por el amor de Dios!!!
Y Yo me pregunto: ¿Qué será del mundo? ¿Qué será de este país? ¿Qué será de Mí?
Mañana más.
Y sin embargo, la gente –la gente, ay... esa gente que cree que democracia es totus revolutum... pues no– sigue pensando (es un decir) que depilarse las cejas es coger unas pinzas y ¡¡¡zas!!! cortar de raíz, sin orden ni concierto, hasta transformar tus cejas en una réplica a escala 1:100.000 de la Puerta de Brandenburgo o el Transparente de la catedral de Toledo. Pues no. Eso no es depilarse las cejas. Eso es otra cosa. Llámalo atrocidad. Llámalo pecado. Llámalo X (de hecho, llámalo X, Y y Z). Llámalo gayedad. Crossing the line. Es más, overcrossing.
¿Por qué todos los hombres parecen últimamente gays? Te montas en el metro y parecen gays. Sales a la calle y parecen gays. Vas al gimnasio y parecen gays. Te sientas en una terraza y el camarero que te atiende parece gay, por no hablar de la pareja de chulánganos que hay a tu izquierda, que no parecen gays sino dos boys furiosos escapados del coro de Celia Gámez. Compras un cuarto de carrillada de cerdo (eso, quien compre ese tipo de cosas; yo soy más de Gucci o de Van Cleef & Arpels) y el carnicero parece gay. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!
Pues muy fácil. Porque son gays. Del primero al último. Maricas perdidos.
No me importa. O no me importaría si, al menos, como los gays primitivos, los protogays, los Vitines Cortezo patrios o los príncipes Robert de Montesquieu de inexistentes Belles Epoques supiesen depilarse las cejas con un mínimo de decoro, de idea y de arte. Pero no. Ni decoro, ni la menor idea, ni desde luego el más leve indicio de arte. ¡Esas cejas, por el amor de Dios!
Pero hay algo peor. Siempre hay algo peor. Esos jinchos, carne de extrarradio, productos suburbiales adictos a la licra, la corona de espinas capilar, las gafas mosca –ala de mosca–, las zapas-plataformón y los cordones de oro de un dedo de grosor –el índice de un orangután, no me cabe la menor duda–; jinchos de indudable y homofóbica heterosexualidad, jinchos que son sin duda la última esperanza de grandes damas como Yo para sus días futuros, cuando el mundo se haya mariquitizado de manera definitiva, que ¡también! lucen un depilado de cejas sencilla, absoluta y totalmente atroz. Atroz, atroz, atroz. ¡¡¡Esas cejas, por el amor de Dios!!!
Y Yo me pregunto: ¿Qué será del mundo? ¿Qué será de este país? ¿Qué será de Mí?
Mañana más.
martes, junio 08, 2004
Atómica
Ayer, esclava del Gólgota, no pude levantarme de la silla ni para empolvarme la nariz (no diré ya coger una escopeta de cañones recortados, eventualidad que me planteo unas 416 veces al día), así que no pude reseñar el maravilloso, maravilloso, maravilloso week-end que he disfrutado y que, desafortunadamente, llegó a su fin. Come-back al Gólgota.
Carece de sentido relatar, pas-à-pas, lo que hice y lo que dejé de hacer. Ese tipo de dietarios me provocan una pereza supina (de cúbito supino, de hecho), ya que pocas veces el guión divino está a la altura de las circunstancias. Hay momentos privilegiados, sí, –cortesía chez Proust–, pero no tengo tiempo, ni ganas, de dotarlos de coherencia.
Diré, eso sí, que ha sido un fin de semana perfecto, con todos los ingredientes que le pido a la perfección: familia & amigos (¿familia?, se preguntarán algunos; pues sí, funciona como el bendito dolor en la pasión o el acíbar –no almíbar– en algunos postres), alcohol & sexo con desconocidos (en plural, litros de alcohol & cascadas de desconocidos, que me llenaron el cuello de bonitas medallas de color púrpura), hallazgos que bordean lo insólito (un niño de seis años, turbadoramente seductor, heredero del encanto y el magnetismo de Paul Newman, y con una cultura y un back-ground en Historia Sagrada que para sí lo quisiera Monseñor Rouco Varela), bailes frenéticos de mujer bacante y desharrapada (en sentido literal, ya que bailé prácticamente desnuda; esas fotos, por Dios, que alguien destruya esas fotos), estudios llenos de obras de arte, simpáticos invertidos cuya vocación frustrada es el cabaret más abyecto y la peluquería creativa... Y la calle, claro.
Ay, esa calle llena de chulánganos medio desnudos; los brazos como columnas trajanas; las tetas, tan apetitosas como crujientes, deliciosas paletillas de cordero (asadas en cualquier restaurante de ese disparate protofranquista llamado El Pardo); el cuero cabelludo rapado y lustrado, seguramente con grasa de caballo; las bocas... Ay, esas bocas, esos brazos, esas espaldas, esas piernas ceñidas de dril... Ríos de testosterona se desbordan en cada calle, en cada esquina, en cada bragueta. Y allí estoy Yo para recogerla. A ser posible con la boca. Porque así soy Yo, tengo muy buena boca. Y un problema de ninfomanía, claro.
Mañana más.
Carece de sentido relatar, pas-à-pas, lo que hice y lo que dejé de hacer. Ese tipo de dietarios me provocan una pereza supina (de cúbito supino, de hecho), ya que pocas veces el guión divino está a la altura de las circunstancias. Hay momentos privilegiados, sí, –cortesía chez Proust–, pero no tengo tiempo, ni ganas, de dotarlos de coherencia.
Diré, eso sí, que ha sido un fin de semana perfecto, con todos los ingredientes que le pido a la perfección: familia & amigos (¿familia?, se preguntarán algunos; pues sí, funciona como el bendito dolor en la pasión o el acíbar –no almíbar– en algunos postres), alcohol & sexo con desconocidos (en plural, litros de alcohol & cascadas de desconocidos, que me llenaron el cuello de bonitas medallas de color púrpura), hallazgos que bordean lo insólito (un niño de seis años, turbadoramente seductor, heredero del encanto y el magnetismo de Paul Newman, y con una cultura y un back-ground en Historia Sagrada que para sí lo quisiera Monseñor Rouco Varela), bailes frenéticos de mujer bacante y desharrapada (en sentido literal, ya que bailé prácticamente desnuda; esas fotos, por Dios, que alguien destruya esas fotos), estudios llenos de obras de arte, simpáticos invertidos cuya vocación frustrada es el cabaret más abyecto y la peluquería creativa... Y la calle, claro.
Ay, esa calle llena de chulánganos medio desnudos; los brazos como columnas trajanas; las tetas, tan apetitosas como crujientes, deliciosas paletillas de cordero (asadas en cualquier restaurante de ese disparate protofranquista llamado El Pardo); el cuero cabelludo rapado y lustrado, seguramente con grasa de caballo; las bocas... Ay, esas bocas, esos brazos, esas espaldas, esas piernas ceñidas de dril... Ríos de testosterona se desbordan en cada calle, en cada esquina, en cada bragueta. Y allí estoy Yo para recogerla. A ser posible con la boca. Porque así soy Yo, tengo muy buena boca. Y un problema de ninfomanía, claro.
Mañana más.
viernes, junio 04, 2004
Requiescat In Pace
He dejado a la pobre Teresa Cornelys en la cárcel, devorada –literalmente– por el cáncer y las chinches, condenada por morosa, viviendo de la caridad pública tras haber triunfado durante doce años al frente de Carlisle House. El imperio del placer naufragó y, con los últimos restos, se fue el cadáver de esta mujer fascinante.
Se acabaron las fêtes champêtres en el salón, decorado como si fuese un valle mitológico, con estanques sobre las mesas llenos de peces y arbustos de flores en las paredes, cubiertos de farolillos japoneses. Una Arcadia llena de pastoras sentadas sobre la hierba (césped natural, colocado sobre las mullidas alfombras turcas) y licenciosos petimetres de peluca empolvada y grandes lazos sobre sus casacas de brocado y satén.
Casanova también murió solo, amargado y cínico en el Castillo de Dux. Su única compañía fue su perra, Finetta, y un pariente político de segunda fila. En sus últimos años, su único consuelo era la comida. "No pudiendo ser Dios en el jardín de este mundo ni un sátiro de sus bosques, es un lobo en la mesa".
Sophie, la hija de ambos, se convirtió al catolicismo. Renegaba de su madre, renegaba de su padre, renegaba de ella misma, del placer y el ocio. Renegaba de todo lo que le recordase su infancia. Se cambió el apellido y murió, en el castillo de alguna duquesa o condesa, donde trabajaba como gobernanta (la mansión de Mayfair de la viuda vizcondesa de Sidney, de hecho).
Giuseppe, el primer hijo de Teresa, también murió unos años antes que su madre. Nunca destacó por su encanto, ni por su inteligencia ni por su belleza. De hecho, nunca destacó. No se perdió gran cosa con su muerte.
Los acreedores de la señora Cornelys, entre los que se encontraba el ebanista Thomas Chippendale, no consiguieron sacar de la ruina el palacio de Soho Square. Al final, lo demolieron. Los estucos, los frescos, los espejos, las molduras, las pérgolas japonesas diseñadas por Chippendale, los mármoles, los bronces... sucumbieron a la piqueta. En su lugar, en el Soho londinense, hoy se levanta la iglesia católica de San Patricio. Al final, la virtud triunfó sobre el pecado.
Yo prefiero el pecado. De hecho, siguiendo al pie de la letra las palabras de la infalible –e inefable– Mae, si tengo que elegir entre dos pecados, elijo siempre el que no he probado.
Mañana más.
Se acabaron las fêtes champêtres en el salón, decorado como si fuese un valle mitológico, con estanques sobre las mesas llenos de peces y arbustos de flores en las paredes, cubiertos de farolillos japoneses. Una Arcadia llena de pastoras sentadas sobre la hierba (césped natural, colocado sobre las mullidas alfombras turcas) y licenciosos petimetres de peluca empolvada y grandes lazos sobre sus casacas de brocado y satén.
Casanova también murió solo, amargado y cínico en el Castillo de Dux. Su única compañía fue su perra, Finetta, y un pariente político de segunda fila. En sus últimos años, su único consuelo era la comida. "No pudiendo ser Dios en el jardín de este mundo ni un sátiro de sus bosques, es un lobo en la mesa".
Sophie, la hija de ambos, se convirtió al catolicismo. Renegaba de su madre, renegaba de su padre, renegaba de ella misma, del placer y el ocio. Renegaba de todo lo que le recordase su infancia. Se cambió el apellido y murió, en el castillo de alguna duquesa o condesa, donde trabajaba como gobernanta (la mansión de Mayfair de la viuda vizcondesa de Sidney, de hecho).
Giuseppe, el primer hijo de Teresa, también murió unos años antes que su madre. Nunca destacó por su encanto, ni por su inteligencia ni por su belleza. De hecho, nunca destacó. No se perdió gran cosa con su muerte.
Los acreedores de la señora Cornelys, entre los que se encontraba el ebanista Thomas Chippendale, no consiguieron sacar de la ruina el palacio de Soho Square. Al final, lo demolieron. Los estucos, los frescos, los espejos, las molduras, las pérgolas japonesas diseñadas por Chippendale, los mármoles, los bronces... sucumbieron a la piqueta. En su lugar, en el Soho londinense, hoy se levanta la iglesia católica de San Patricio. Al final, la virtud triunfó sobre el pecado.
Yo prefiero el pecado. De hecho, siguiendo al pie de la letra las palabras de la infalible –e inefable– Mae, si tengo que elegir entre dos pecados, elijo siempre el que no he probado.
Mañana más.
jueves, junio 03, 2004
Mi ángel
Todas las escritoras ilustres han tenido lectores no menos ilustres. Y Yo, of course, no voy a ser una excepción. Porque Yo lo valgo o, como dice la H & S R. porque nos merecemos la excelencia. Sí, señora, estoy de acuerdo. Agree, agree, pero total.
Ayer tuve una alegría cuando me enteré de que Dame C., uno de esos ejemplares (en peligro de extinción) de Mujeres Extraordinarias, me lee y, además, le gusta. Ay, si no fuese porque me lo tengo rigurosamente prohibido, engordaría tres kilos de placer. C. es una de mis mujeres favoritas. C. es otro pilar de mi panteón de MD (Mujeres Divinas).
Y esto me lleva al ítem número 2: la pléyade (de PD –personas divinas–, no la editorial). ¿Qué ángel –ente etéreo, no uno de mis anfitriones favoritos– ha guiado mis pasos hacia esta pléyade de divinidades en vida?
Bonne Mamam, que ha venido de la Ciudad Funeraria para ayudarme en la búsqueda de osera, asegura que los tontos y los borrachos tienen un arcángel especial que hace horas extra. En mi caso, ese ángel sí tiene sexo: femenino. Se llama P. y es una de las personas a las que más he querido a este lado del paraíso. Mi tía π (sí, como el nombre que los griegos daban al perímetro del círculo, periphereia... ay, la periferia) era un ángel, un verdadero ángel.
Era irascible y tenía un carácter endiablado, pero yo la quería con toda mi alma. Qué mujer más espléndida. Una hippie en la década de los 60 en una Ciudad Funeraria, adicta a los pinceles (para sus óleos y para estucarse los ojos en dos tonos de gris, el de arriba metálico y el de abajo, nácar); una mujer de armas tomar en la década de los 70, que se iba de viaje y tardaba dos años en volver; una señora estupenda en la década de los 80; una conversa en los 90, como Lady Marchmain... Un ángel siempre, siempre, siempre.
Y ahora, la pobre, que lo único que quería era descansar, se dedica a hacer horas extra conmigo. Seguramente fue ella la que en lugar de poner un psico-killer en mi camino una noche de Reyes, lo que puso fue a mi ex-marido, el Mozart de los maridos. Epifanía. Seguro que también fue ella la que encaminó mis pasos hacia mis chambelanes y chambelanas, hacia Dame C. y otras grandes damas que en el mundo han sido y serán. Ella también quien me sostiene los pies en el Gólgota. Ella quien ha impedido que aparezca rajada de arriba abajo como un estropajo en cualquier cuneta (y mira que pongo todo de mi parte para que eso ocurra). Ella quien... Ella, ella, ella... Ella siempre.
Al final, casi cada día, y desde luego cada noche, me acuerdo de ella y de cómo nunca, jamás le dije que la quería.
Para tirarme de los pelos.
Mañana más.
Ayer tuve una alegría cuando me enteré de que Dame C., uno de esos ejemplares (en peligro de extinción) de Mujeres Extraordinarias, me lee y, además, le gusta. Ay, si no fuese porque me lo tengo rigurosamente prohibido, engordaría tres kilos de placer. C. es una de mis mujeres favoritas. C. es otro pilar de mi panteón de MD (Mujeres Divinas).
Y esto me lleva al ítem número 2: la pléyade (de PD –personas divinas–, no la editorial). ¿Qué ángel –ente etéreo, no uno de mis anfitriones favoritos– ha guiado mis pasos hacia esta pléyade de divinidades en vida?
Bonne Mamam, que ha venido de la Ciudad Funeraria para ayudarme en la búsqueda de osera, asegura que los tontos y los borrachos tienen un arcángel especial que hace horas extra. En mi caso, ese ángel sí tiene sexo: femenino. Se llama P. y es una de las personas a las que más he querido a este lado del paraíso. Mi tía π (sí, como el nombre que los griegos daban al perímetro del círculo, periphereia... ay, la periferia) era un ángel, un verdadero ángel.
Era irascible y tenía un carácter endiablado, pero yo la quería con toda mi alma. Qué mujer más espléndida. Una hippie en la década de los 60 en una Ciudad Funeraria, adicta a los pinceles (para sus óleos y para estucarse los ojos en dos tonos de gris, el de arriba metálico y el de abajo, nácar); una mujer de armas tomar en la década de los 70, que se iba de viaje y tardaba dos años en volver; una señora estupenda en la década de los 80; una conversa en los 90, como Lady Marchmain... Un ángel siempre, siempre, siempre.
Y ahora, la pobre, que lo único que quería era descansar, se dedica a hacer horas extra conmigo. Seguramente fue ella la que en lugar de poner un psico-killer en mi camino una noche de Reyes, lo que puso fue a mi ex-marido, el Mozart de los maridos. Epifanía. Seguro que también fue ella la que encaminó mis pasos hacia mis chambelanes y chambelanas, hacia Dame C. y otras grandes damas que en el mundo han sido y serán. Ella también quien me sostiene los pies en el Gólgota. Ella quien ha impedido que aparezca rajada de arriba abajo como un estropajo en cualquier cuneta (y mira que pongo todo de mi parte para que eso ocurra). Ella quien... Ella, ella, ella... Ella siempre.
Al final, casi cada día, y desde luego cada noche, me acuerdo de ella y de cómo nunca, jamás le dije que la quería.
Para tirarme de los pelos.
Mañana más.
miércoles, junio 02, 2004
Somos faaaaaaaaabulosas
Ayer, sentada en la pecera de un hotel de la Gran Vía junto a la S & H R., ambas nos dimos cuenta de cuán sabia y actual es la máxima de Luis Escobar: "Me siento en la GV. Un carnaval de horrores". De horrores y carteristas.
R. y Yo no dábamos creditito viendo actuar a un amigo de lo ajeno en plena acción. Su método es el siguiente: el sujeto en cuestión, vestido cual hippie escapado de las hordas de la difunta princesa (falsa) Smilia, te suplica con acento austral que poses para él, contorsionándote sobre el mobiliario urbano –semáforo, farola o valla de contención– como una stripper de Las Vegas (o de la N-IV). A continuación, te despluma mientras esculpe (con l) sobre tu cuerpo la pose que desea. "Ponté así, liiiiindaaaaaaaa", te susurra al mismo tiempo que te quita la cartera (y, si te descuidas, incluso el tampax; qué manos más largas, santísimo Cristo de la Siete Llagas Purulentas).
A R. y a Mí nos dio un ataque de risa al contemplar cómo una mujer de mediana edad y nalgas no precisamente M sino XL (o, más concretamente, XXXL) era esquilmada sin piedad ante las puertas de Chicote. Cuánta ingenuidad. Qué pena que no hubiese una cáscara de plátano cerca. O un foso lleno de leones. O de pirañas.
A continuación, pasó ante la pecera una nueva estación de ese interminable vía crucis del horror que es la GV. Qué estilismos, qué tejidos, qué lorzas & morcones, qué pelos, qué calzado, qué teces, qué cinturas, qué... Qué horror.
–Desde que era una niña, juego a hacer estilismos con la gente. Me imagino a aquella señora (qué pena) con una camisa negra de manga francesa, con un pantalón suelto...
Tengo que disentir con R. La señora en cuestión no necesita un estilismo. La señora en cuestión necesita a la Virgen de Lourdes. Yo también juego a los estilismos con la gente desde pequeña. Me los imagino con una mortaja.
R. y Yo nos despedimos en la GV con una sonrisa. R. y Yo somos dos señoras estupendas que nos merecemos lo mejor. ¿Que el resto del mundo se derrumba? Que se derrumbe. ¿Que la gente es cada día más fea, más inculta y más ordinaria? Que lo sea. ¿Que trabajamos como coristas en el Gólgota a las órdenes de un trío de Putas, la nº 1, nº 2 y nº 3? Qué se le va a hacer. ¿Que los hombres son...? En fin, bastante tienen con lo que tienen. Al menos, nosotras sabemos quién es Bonnie Blue Butler. Porque somos estupendas. Y porque sí, coño, porque lo valemos.
Mañana más.
R. y Yo no dábamos creditito viendo actuar a un amigo de lo ajeno en plena acción. Su método es el siguiente: el sujeto en cuestión, vestido cual hippie escapado de las hordas de la difunta princesa (falsa) Smilia, te suplica con acento austral que poses para él, contorsionándote sobre el mobiliario urbano –semáforo, farola o valla de contención– como una stripper de Las Vegas (o de la N-IV). A continuación, te despluma mientras esculpe (con l) sobre tu cuerpo la pose que desea. "Ponté así, liiiiindaaaaaaaa", te susurra al mismo tiempo que te quita la cartera (y, si te descuidas, incluso el tampax; qué manos más largas, santísimo Cristo de la Siete Llagas Purulentas).
A R. y a Mí nos dio un ataque de risa al contemplar cómo una mujer de mediana edad y nalgas no precisamente M sino XL (o, más concretamente, XXXL) era esquilmada sin piedad ante las puertas de Chicote. Cuánta ingenuidad. Qué pena que no hubiese una cáscara de plátano cerca. O un foso lleno de leones. O de pirañas.
A continuación, pasó ante la pecera una nueva estación de ese interminable vía crucis del horror que es la GV. Qué estilismos, qué tejidos, qué lorzas & morcones, qué pelos, qué calzado, qué teces, qué cinturas, qué... Qué horror.
–Desde que era una niña, juego a hacer estilismos con la gente. Me imagino a aquella señora (qué pena) con una camisa negra de manga francesa, con un pantalón suelto...
Tengo que disentir con R. La señora en cuestión no necesita un estilismo. La señora en cuestión necesita a la Virgen de Lourdes. Yo también juego a los estilismos con la gente desde pequeña. Me los imagino con una mortaja.
R. y Yo nos despedimos en la GV con una sonrisa. R. y Yo somos dos señoras estupendas que nos merecemos lo mejor. ¿Que el resto del mundo se derrumba? Que se derrumbe. ¿Que la gente es cada día más fea, más inculta y más ordinaria? Que lo sea. ¿Que trabajamos como coristas en el Gólgota a las órdenes de un trío de Putas, la nº 1, nº 2 y nº 3? Qué se le va a hacer. ¿Que los hombres son...? En fin, bastante tienen con lo que tienen. Al menos, nosotras sabemos quién es Bonnie Blue Butler. Porque somos estupendas. Y porque sí, coño, porque lo valemos.
Mañana más.
martes, junio 01, 2004
La bebida y Yo o después de Mozart, everything is decay
Lo importante es vivir. A pesar de que el Gólgota amenace con destrozar mis entrañas y la tiara de espinas y Swarovski me deje la frente hecha una pena y las puntas súper abiertas, Yo he decidido no abandonarme (¡eso jamás!) a las hienas. Que afilen sus colmillos sobre otros esqueletos. En fin...
El caso es que, como siempre que la realidad, esa hija de perra, amenaza con arrancarme la piel en delicadas volutas de pergamino translúcido, me he sumergido en la ficción: viajar (el próximo pic-nic delirante, en Granada, a los pies del Albaycín, para encontrarme de nuevo con el Gran Chambelán JA), las vidas privadas de la gente muerta (la última, esa gran entertainer, tan vivaz y tan infeliz al mismo tiempo, y tan morosa, llamada Teresa Cornelys, the empress of pleasure), mi propia vida privada (a la espera de un biógrafo que la transforme en apasionante) y la bebida (como un personaje de Anthony Burgess), claro. Ay, la bebida... La bebida y Yo.
Mi ex marido, un caballero que opina que después de Mozart todo es decadencia (que me lo digan a mí), me ha dicho en más de una ocasión que bebo demasiado. En general, todo el mundo que me conoce opina lo mismo. Incluso Yo opino lo mismo. Pero es que hay cosas que soy incapaz de tragar sin un dry-martini. La vida, por ejemplo.
Mañana más.
El caso es que, como siempre que la realidad, esa hija de perra, amenaza con arrancarme la piel en delicadas volutas de pergamino translúcido, me he sumergido en la ficción: viajar (el próximo pic-nic delirante, en Granada, a los pies del Albaycín, para encontrarme de nuevo con el Gran Chambelán JA), las vidas privadas de la gente muerta (la última, esa gran entertainer, tan vivaz y tan infeliz al mismo tiempo, y tan morosa, llamada Teresa Cornelys, the empress of pleasure), mi propia vida privada (a la espera de un biógrafo que la transforme en apasionante) y la bebida (como un personaje de Anthony Burgess), claro. Ay, la bebida... La bebida y Yo.
Mi ex marido, un caballero que opina que después de Mozart todo es decadencia (que me lo digan a mí), me ha dicho en más de una ocasión que bebo demasiado. En general, todo el mundo que me conoce opina lo mismo. Incluso Yo opino lo mismo. Pero es que hay cosas que soy incapaz de tragar sin un dry-martini. La vida, por ejemplo.
Mañana más.