<$BlogRSDUrl$>

miércoles, septiembre 01, 2004

Coda final 

Un año. Un año da para mucho. Para un divorcio. Para cambiar de trabajo (tres veces). Para cambiar de sexo. Para cambiar de piel. Para cambiar de cuerpo. Para cambiar de estilo. Para cambiar de bebida favorita (dry martini). Para cambiar de escritor favorito. Para descubrir nuevos personajes históricos, nuevos escritores, nuevos iconos. Nuevos odios. Para renovar odios antiguos. Para renovar amores antiguos. Para renovarse. Para encallecerse. Para deprimirse. Para abandonar el alcohol (y retomarlo con fuerzas renovadas). Para que te desvalijen la casa. Para darse cuenta de que todo puede cambiar, pero en lo esencial nada cambia. Para muchas cosas. Para todo. Para nada.

Un año. Un año de amor y desamor. De algo parecido al amor y algo parecido al odio. Incluso de algo parecido a la agonía. Y también de mis queridos, queridos, queridos todos. O sea. Mis seres queridos. Los muertos. Y los vivos. Los viejos seres queridos. Y los nuevos seres queridos. Un año. 365 días.

Un año. Un año da –que me lo digan a mí– para mucho. Da incluso para darse cuenta de que la terapia, o lo que nació como tal, ha llegado a su fin. Hace un año mi vida hacía aguas. Un año después, mi vida –afortunadamente– sigue haciendo aguas, pero he aprendido a nadar (sin necesidad de guardar la ropa, porque cuando se trata de nadar, prefiero hacerlo Como Dios Me Trajo Al Mundo). O sea. El exhibicionismo está muy bien, pero todo, absolutamente todo, tiene que tener una medida. Medida por medida. Mis medidas, ya lo sabéis, son 90-60-90. Adiós, terapia. Adiós a todos.

Mañana menos. Mañana Cero. Mañana no.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?